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“Cuando la filosofía pinta gris sobre gris, es señal de que una forma de vida se ha vuelto vieja.La filosofía puede interpretarla, pero es incapaz de rejuvenecerla.La lechuza de Minerva no levanta el vuelo hasta el anochecer” decía Hegel, expresando con guiño a la metáfora filosófica el hecho de que se comprende lo que empieza a ser pretérito sólo cuando ha hecho crisis y lo nuevo apunta, aunque apenas se esté haciendo aún presente y sólo exprese sus primeros balbuceos, sin que resulte intelectualmente atrapable (disculpen la licencia) en sus nuevas formas.

Vivimos formas políticas que han envejecido, que se han trastocado unas en meras máscaras burlescas de su propio enunciado, otras en material de exposición para el Museo de los Valores en Retirada.

Y es del mundo de los valores de lo que se ocupa este artículo. Porque las formas políticas se asientan en unos valores determinados, unas veces para afirmarlos y otras para negarlos mediante la paradoja de lo que las propias formas políticas ocultan, aprisionan o niegan.

La crisis de los valores en lo social, lo cultural y lo político se expresa de manera heterogéneae incluso fuertemente contradictoria.

En lo político alcanza de lleno al actual sistema de partidos del mundo capitalista más desarrollado, aunque no sólo a él, ya que la eclosión de los movimientos y partidos del socialismo del siglo XXI en América Latina ha venido a poner patas arriba el viejo orden de las oligarquías políticas y económicos largamente instaurado por los criollos desde el siglo XIX y fuertemente instalado a lo largo de todo el XX.

La crisis de las formas políticas alcanza en Europa sin embargo con mucha más fuerza a los partidos de la cultura de izquierda, sea en su versión de centro y centro-derecha político (socialistas portugueses, laboristas británicos, socialdemócratas alemanes, socialistas franceses,….), sea en su versión de izquierda posrevolucionaria pero fuertemente institucionalizada de hecho. Se han convertido en partidos del sistema político y económico y una parte creciente de sus bases les va abandonando.

§A los primeros, como consecuencia de una homologación creciente con la derecha clásica y conservadora durante decenios y que, durante la crisis capitalista, donde gestionan el poder les lleva a dar soluciones muy similares a la derecha conservadora

§A los segundos porque carecen de programa político que les permita avanzar en una dirección no capitalista y su actuación es, en los casos en que tienen presencia institucional, de una práctica moderadamente socialdemócrata y un discurso cada vez más desvaidamente“revolucionario”

Toda ley general tiene sus excepciones: el éxito del Partido Socialista Panhelénico (PASOK) en las recientes elecciones de este mes de Octubre no es debido a la validez de sus propuestas en defensa de los trabajadores sino al desastre y la corrupción del gobierno del conservador Karamanlis, que llevaron a la revuelta estudiantil de 2008.

Del mismo modo, los aceptables resultados del PCP en Portugal y del KKE en Grecia no son éxitos de ninguna nueva estrategia de dichos partidos en su lucha política. Se trata de partidos cuya línea política y estratégica no ha cambiado en los últimos 30 años, cuando tantas cosas han ocurrido en el mundo y en sus sociedades. No se ha dado un ajuste entre nuevas realidades, incluida la crisis capitalista de los últimos años, y su modo de acción política y programática. El sostenimiento de su voto tampoco es producto de una vuelta de la clase trabajadora hacia posiciones revolucionarias, toda vez que tampoco dichos partidos impulsan este tipo de proyectos. Es sólo un comportamiento de resistencia y de refugio del voto de los trabajadores y las clases populares hacia programas electorales y partidos que saben que ejercerán una mayor defensa de los mismos frente a la crisis del capital que les golpea duramente. Hablamos por tanto de voto coyuntural que, si el capitalismo inicia un nuevo ciclo expansivo, se retraerá de nuevo hacia posiciones más conservadoras.

De hecho, hasta la última crisis capitalista el voto de los PCS europeos, con alguna excepción, ha sido larga y continuadamente descendente, en torno a la época del Programa Común en Francia con Miterrand a principios de los años 70. Obedece a un cambio en el ciclo político, económico y social de Europa, a la incapacidad de adecuación de los PCs europeos a las transformaciones en la composición de las clases sociales, al impulso del capitalismo en el centro del Imperio y a las contradicciones entre un discurso revolucionario y una práctica fuertemente socialdemócrata e institucionalizada de los PCs, junto a su papel no claro en todos los casos frente a fenómenos como la invasión de Checoslovaquia en el 68 o la invasión de Hungría en el 56. Si a ello unimos el papel del PCF en la fase final del Mayo del 68, el papel histórico de los PCs europeos parece decantado.

¿Qué ha precipitado el cambio de valores del que habíamos hablado?

Varios factores eclosionan a lo largo de décadas en una o­nda larga, en la que no siempre se encuentran jalones, fechas o episodios definidos, que va creando un poso sobre el que se depositan los sedimentos del cambio de paradigma cultural en la política del capitalismo occidental.

Mayo del 68 es un fenómeno que atraviesa el mundo entero capitalista occidental. En unos casos por su impacto mediático y por el eco cultural que llega a otros países que no son Francia. En otros casos porque el terremoto tiene sus réplicas, con fenómenos específicos.

La República Federal de Alemania conocerá su particular 68, como condena de una generación joven a la de sus padres que había apoyado, o mirado para otro lado, el fenómeno nazi y que de modo rápido y cínico había intentado zafarse de tan incómodo recuerdo. Dará origen entre otros fenómenos a la RAF.

Italia vive su 68 con intensidad. Sus efectos se prolongan durante toda la década de los 70 y dan lugar a la aparición de nuevos actores políticos, por un lado y a “los años de plomo”, por otro lo que cabe denominarse como auge y tragedia de la extrema izquierda italiana.

En Checoslovaquia el levantamiento popular surgió como consecuencia del aplastamiento por los tanques del pacto de Varsovia de las medidas reformistas tomadas por el Gobierno de Dubcek. Significaría un fuerte desgarro dentro del movimiento comunista internacional.

Pero fuera de la Vieja Europa (USA, Méjico) es también el 68 un año productivo en términos de sentar las bases para la aparición de nuevos valores políticos.

En USA es el año de las luchas por los derechos civiles, contra la segregación racial, del asesinato de Luther King, de las grandes manifestaciones contra la presencia imperialista USA en la guerra de Vietnam

En Méjico es el año de la matanza de estudiantes mexicanos en la Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco. Las autoridades reconocieron 20 muertos pero hay fuentes que hablan de varios cientos de muertos.

El 68 es un fantasma que recorre el mundo y cuyos efectos aún se sienten en el orden cultural, social y político. Por encima de las especificidades de cada país (estudiantiles, sindicales, políticas, de libertades, antibelicistas,…) abren la puerta a nuevos fenómenos que cabe considerar comunes:

§Hay un componente generacional juvenil de primer orden, no sólo estudiantil, que conecta con luchas obreras y populares en muchos casos.

§Es la revuelta frente al orden político surgido tras la Segunda Guerra Mundial y al carácter fuertemente autoritario y conservador que las democracias refundadas van adquiriendo. En el caso alemán es más que claro, pero también en el francés y en el norteamericano, entre otros.

§Supone un momento álgido de la crisis de la representación en el orden político-institucional. La democracia formal no basta y la ciudadanía desconfía de modo abierto y activamente cuestionador del ritual de participación limitado al voto, lo que deja las manos libres a la irresponsabilidad de la “clase política” ante el incumplimiento programático.

El fenómeno de la crisis de la representación se acentuará con la expansión acelerada de la corrupción política y la falta de transparencia. A medida que el ejercicio de la política se fue profesionalizando, haciéndose autocrática, controlando los poderes de la prensa y de la judicatura, la corrupción política se convirtió no ya en el subproducto de la política sino en uno de sus más habituales consecuencias.

Los partidos, convertidos en maquinarias electorales, acentúan en los años previos y posteriores al 68, su proceso de oligarquización del que Robert Michels y más tarde Maurice Duverger y otros avisaron.

§El 68 es también una revuelta contra esa tendencia, una lucha por la democracia horizontal y la participación más allá de la democracia formal y, con frecuencia contra ella. Nacen de él, en gran medida, aunque no sólo, el pacifismo, el ecologismo,…., como movimientos políticos, ya que sociales lo habían sido algunos de ellos incluso antes.

§Pero es también un tiempo que abrirá de nuevo el debate sobre los límites de la mediación política y de la delegación de la voluntad popular; incluso sobre la vuelta a la crítica libertaria del Estado y su organización política. Crítica que, aunque no ha tenido una plasmación en el incremento de la capacidad organizativa del anarquismo, si que ha permeabilizado en buena medida a buena parte de la izquierda europea y mundial.

§Lo que en el 68 se inaugura como inicio de la crisis de representación, con el paso del tiempo deriva en un proceso de crisis de legitimación de las sociedades liberales de capitalismo avanzado en los 80 y más tardíamente en los 90, eclosionando con más fuerza en la actualidad.

Por un lado, el desarrollo vertiginoso a partir de los últimos 20 años de la sociedad de la información (multiplicación de los medios escritos y audivisuales, incremento exponencial de los canales de tv, incluida la tv de pago, expansión de Internet,… las sociedades capitalistas actuales han devenido sociedades del espectáculo, en la que lo político deviene simulacro de participación y la opinión pública es mediatizada y performada por los grandes aparatos de los mass media. La consecuencia no es un incremento de la participación, o sólo de modo muy parcial, sino fundamentalmente el advenimiento de las mayorías silenciosas de las que hablaba Baudrillard.

Por otro lado, el proceso de desmonte del Estado del Bienestar, iniciado en los años 80 y el empobrecimiento de crecientes sectores sociales de la clase trabajadora y capas medias-bajas, acentuado por estos años de la gran crisis capitalista, restan legitimidad moral y política a sistemas que habían asentado, tras la Segunda Guerra Mundial, junto al modelo político liberal, ciertas dosis de “igualitarismo” socialdemócrata y keynesiano que se habían plasmado en el acceso de las masas a la educación, la cultura, la sanidad y otros servicios, junto con su incorporación al consumo masivo.

§La crisis de la representación va acompañada, en el caso de la izquierda, del debilitamiento o crisis del vínculo partido-clase. Iniciada con la expansión de las democracias cristianas en Europa, reforzada tras el fracaso del 68 y su regusto crítico hacia las izquierdas oficiales, la izquierda va perdiendo capacidad de representar al conjunto de la clase trabajadora en la medida en que esta acrecienta su proceso de aburguesamiento (mesocratización), por un lado, y su fragmentación en estratos de clase o subclases. Irónicamente es tan partido de las clases trabajadoras el PSOE o IU como el PP, si nos atenemos al número de trabajadores que les votan y no a sus declaraciones ideológicas.

§Pero el 68 es también la crisis del positivismo, fuertemente impregnado en las ideas progresistas y de izquierda desde su propio origen. Esa idea mecanicistamente optimista que se asienta en la fe “científica” de que el mundo camina inexorablemente hacia el bien y hacia un orden mejor saltó hecha pedazos con el nazismo, los horrores de Auschwitz, la Segunda Guerra Mundial y la bomba atómica. Thanatos podía haber vencido a Eros y poco faltó para que lo lograse. Casi 40 años antes Freud en “El malestar en la cultura” (1930) ya descargó un mazazo sobre el optimismo como esperanza prometeica de la Humanidad. Eran años en los que la zarpa parda del monstruo paseaba por Alemania y comenzaba a proyectar su sombra sobre Europa.

§Surgirá tras el 68 una doble reacción frente a al positivismo en crisis. El voluntarismo en la acción política, que recobra la fuerza que había tenido en los primeros decenios del siglo XX, especialmente entre la extrema izquierda y los grupos armados, y el pesimismo, como consecuencia de las derrotas que vendrán tras el 68 y el voluntarismo como impulso de la acción política.

§Ese pesimismo golpeó con enorme fuerza sobre los años 90, tras el hundimiento de la Unión Soviética, sobre el conjunto de la izquierda, desde la socialdemócrata a la radical, pasando por la más ortodoxa, ya que aquella debacle afectaba a la misma idea de progreso y de posibilidad de construir una sociedad sobre fundamentos distintos que los del capitalismo, independientemente del juicio que a cada corriente de izquierda pudiera merecerle el llamado “socialismo real”.

§Múltiples factores avanzarán hacia la desacralización y la crisis del dogma político. El fracaso de los proyectos emancipadores en los países del capitalismo avanzado, el desencanto hacia las experiencias del “socialismo real”, el cuestionamiento del autoritarismo que reviste formas incluso de lucha intergeneracional entre modelos y valores sociales y de vida, la mencionada crisis del positivismo, el cuestionamiento de la verticalidad en las relaciones representantes-representados,…entre otros muchos factores favorecerán una visión de lo político mucho más profana, menos dogmática, menos ideologista. La visión de lo político se hace más laica, aunque conviva con ciertos misticismos y entronizaciones de la figura del héroe.

Todo lo anterior va a conllevar a lo largo de las décadas posteriores al 68 y no sólo por su efecto sino por la concatenación de otros (cambios en la composición de las clases, crisis de valores, crisis económica, cambios culturales, impacto de la sociedad de consumo, no sólo desde la mercancía sino desde el modo de reapropiación de la vida,…) un proceso “de aggiornamento” de una parte de la izquierda (la radical y menos dogmática), un envejecimiento de las izquierdas clásicas (socialdemócrata y comunista), la aparición de nuevos actores políticos (verdes,…).

El 68 no ha sido la madre de todas las crisis de valores de la vieja sociedad pero sí fue un precipitador de las transformaciones que vendrían después y uno de sus más importantes actores y que, independientemente de dónde hayan acabado una parte de sus protagonistas (en la derecha clásica, la socialdemocracia, los consejos de administración de grandes empresas, el postmodernismo, la cárcel, la permanencia en el combate o en sus casas), sigue dejando sus efectos sobre varias generaciones educadas en los valores que han surgido a partir de él.

Pero junto a ello, y por efecto de la crisis de la representación y de la legitimación, a la vez que de la progresiva tendencia de la lucha política hacia el centro y del extrañamiento de amplios sectores de la sociedad hacia la política asistimos a fenómenos como la pasividad y la pérdida del “pathos” (pasión) político, el alejamiento de lo político, la despolitización, la banalización de la política y al populismo (Berlusconi en Italia, Sarkozy en Francia, Haider en Alemania, con menor impacto la franquicia política “Libertas” de Declan Ganley,…)

¿Y cuáles son esos “nuevos” o (no tan nuevos ya) valores de la izquierda?

El proceso de transformación e instalación de los valores sociales no se inician y producen de un día para otro. Viven un proceso histórico y son una expresión de las relaciones sociales de las sociedades en las que se van conformando y asentando. Penetran en la conciencia a través de un proceso de socialización y de transmisión de los mismos y, del mismo modo en que se produce la lucha de clases, la lucha de valores refleja ésta.

No es el objetivo de este artículo exponer cuál es el cauce de transmisión, ni desde los aparatos ideológicos de dominación ni desde los sectores que impulsan unos valores alternativos sino el de plantear cuáles serán los valores que tendrán futura vigencia y hegemonía dentro de la izquierda.

Algunos de ellos se deducen ya de lo hasta aquí planteado pero no estará de más plantear, siquiera a modo de bosquejo, cuáles serán los principales rasgos de la izquierda de futuro en las sociedades de capitalismo avanzado. Ellos conformarán su campo axiológico.

La izquierda de futuro será, entre otras muchas cosas

  • Anticapitalista pero no sólo nominalmente sino en su práctica política y en la estrategia global en la que se inserten cada una de sus luchas. Anticapitalista porque la última crisis sistémica ha venido a demostrar que no hay recetas válidas desde la izquierda integrada en el sistema porque, al jugar con sus reglas, los límites están marcados de antemano
  • Anticapitalista porque el sistema se ha demostrado irreformable e irrefundable. Anticapitalista porque la crisis sistémica ha demostrado que 50 años de keynesianismo y socialdemocracia han sido borrados de la realidad por la propia dinámica depredadora de un capitalismo que en su dinámica de desarrollo y acumulación se muestra antisocial con toda la crudeza del rostro que tenía en el siglo XIX.

    Anticapitalista porque ya no es posible la vieja ilusión socialdemócrata del gradualismo y del cambio cualitativo a partir de una paulatina acumulación de pequeños cambios cuantitativos.

  • Antiautoritaria porque se ha demostrado que no es posible una transformación revolucionaria y socialista del mundo sin que los protagonistas sean los propios trabajadores y las clases populares ya que la delegación sin participación conduce a la oligarquía, la tiranía o la dictadura pero no contra los antiguos dominadores sino contra toda la sociedad porque la naturaleza de toda forma no democrática es su propia perpetuación en interés de la nueva casta de poder.
  • Antiautoritaria porque las formas democráticas clásicas son insuficientes para garantizar una democracia política, económica, social y cultural. Las viejas democracias occidentales se han autocratizado, las castas políticas se han convertido en una nueva clase, transversal en los intereses que defienden, y la participación política ciudadana ha quedado limitada al simulacro democrático del ritual del voto.

    Antiautoritaria porque la madurez cultural y educativa de la ciudadanía no permitirá ser tiranizada más que por la fuerza y lo que ante todo por la fuerza se retiene se desnaturaliza de su origen.

    Antiautoritaria porque la hegemonía tiene eficacia de duración cuando se asienta en la convicción y en la concienciación, no en la imposición.

    Antiautoritaria porque la construcción del hombre y la mujer nuevos nacen de las transformaciones culturales y de valores.

    §Participativa porque los retos de transformar la sociedad y de derrocar al capitalismo son enormemente más complejos que a principios del pasado siglo y necesitan del máximo de energías colectivas.

    Participativa porque el socialismo no es posible sin la autogestión por los trabajadores y las capas populares en todos los órdenes de la vida y no sólo en el económico.

    Participativa porque ninguna idea política tiene capacidad de prender en el pueblo sin que este la haga suya, la defienda como propia y la ejerza en las vidas cotidianas de las gentes.

    Participativa porque la política, para ser democrática, no puede ser el ejercicio de una minoría profesionalizada sino de todos los ciudadanos a los que afectan las decisiones que en ella se toman.

    §Consecuente porque el valor del ejemplo moral tiene una fuerza de convicción tan poderosa como lo racional.

    Consecuente porque una izquierda que hace lo que dice y que dice lo que hace se hace acreedora de la confianza y del prestigio de aquellos a quienes pretende convencer.

    Consecuente porque la inconsecuencia ha sido siempre uno de los lastres que más ha dañado a la izquierda

    §Radical: ajena a componentes y tacticismos, sincera y no pactista, utópica y ambiciosa en su proyecto de cambiar el mundo, sin gradualismos que adaptan el discurso a una practica acomodada al sistema, sin la contradicción de un discurso anticapitalista y una práctica reformista

    §Integradora en la diversidad de sus corrientes. Que recoja lo más valioso de las tradiciones y líneas de pensamiento de la izquierda; superando los las divisiones estériles que han debilitado a las distintas tendencias de la izquierda. Pero sin renunciar al debate interno. Con un consenso de programa de mínimos en los que valores como la libertad, la igualdad, la solidaridad, el socialismo, el respeto a los derechos humanos y a la pluralidad de los proyectos de la izquierda sean principios innegociables.

    §Profana y laica, no religiosa en su concepción del proyecto ni dogmática. Demasiadas cuestiones han quedado hechas pedazos y han sido superadas por la evidencia de las experiencias de los diferentes proyectos para hacer de la teoría revolucionaria un axioma de fe.

    El sentido crítico y autocrítico es una seña de identidad de la izquierda. La capacidad de cuestionar y de reexaminar lo realizado es una necesidad si la izquierda desea no abrazarse a un muerto, por muy glorioso y exquisito que resulte el cadáver.

    Hay una contradicción evidente entre considerar científico al socialismo ysacralizar esa “ciencia”. El positivismo ha saltado hecho pedazos hace demasiado tiempo y la transformación socialista del mundo es una tendencia, una necesidad pero no un hecho incuestionable porque nada es ajeno a la voluntad de los hombres que hacen la historia.

    Aceptar la no infalibilidad del proyecto, la incertidumbre en su consecución, no es debilidad sino fortaleza de quien cree en una aspiración de la Humanidad y lucha por ella, aunque no lo hace con la soberbia de quien se considera investido de una verdad ineluctable.

    §Civil como opuesto a la militarización del pensamiento y la política. El objetivo de la destrucción del capitalismo no es el de la destrucción de las personas que creen en él. La revolución social no consiste en ahorcar capitalistas, aunque la violencia pueda estar presente, no inevitablemente, en el proceso.

    El término enemigo, cuando se centra en las personas, es un lenguaje de lo militar y, salvo que seamos tan cínicos como von Clausewitz, la guerra no puede ser para un revolucionario la continuación de la política por otros medios.

    En política existe el oponente frente al que se confronta la propuesta y la lucha política pero con el respeto a la persona y a su dignidad. Quien para justificar lo contrario se ampara en que el “enemigo” no repara en las artes que sean precisas para imponer su fuerza ignora que jugar en campo ajeno con las reglas de otro nos convierte en él, no en su opuesto.

    Puede que los nuevos valores de la izquierda no lo parezcan tanto porque hayan sido ya enunciados con anterioridad hace tiempo pero lo cierto es que la novedad está en que la izquierda los asuma como propios, los ponga en práctica y se coherente con ellos.

    Entre los sectores progresivos de la sociedad que no están en partidos y entre muchos que sí lo están son valores en alza, aunque estos últimos no siempre se atrevan a expresarlos públicamente ante la amenaza de anatema e incomprensión de los propios.