Fernando Ramón Bossi y Vilma Soto

Estados Unidos mantiene una serie de bases militares en territorio latinoamericano caribeño. Algunas son bien conocidas por todos y otras menos. Algunas son bases con pistas para aviones de combate, tropas especiales y todo tipo de armamento de guerra. Otras son ocupadas con un personal mínimo, con equipos de comunicaciones bien sofisticados y dedicadas a la investigación, el espionaje y el monitoreo.

Pero más allá de estas bases militares estadounidenses instaladas en nuestro territorio; hay otros centros de operaciones del imperialismo tan o más peligrosas que esas mismas bases militares. Nos referimos a las sedes de las misiones diplomáticas norteamericanas en nuestros países; verdaderos centros de operaciones del terrorismo y la delincuencia organizada. Estos “bunker”, instalados como “cabeceras de playa” o “enclaves”, se los conoce en nuestra América con el siniestro y simple nombre de: “La Embajada”.

Sería sumamente extenso enumerar aquí la historia de las intervenciones estadounidenses en Nuestra América. Invasiones, golpes de estados, conspiraciones, bloqueos, boicot, atentados, asesinatos, sobornos y corrupción son acciones que han caracterizado al injerencismo imperialista. En ninguna de estas prácticas, atentatorias a nuestros pueblos y soberanías ha estado ajena “La Embajada”.

Muchos son los embajadores yanquis que se hicieron famosos, por su especial protagonismo, en los momentos más álgidos de nuestra historia. Sólo para mencionar algunos: Arthur Bliss Lane, embajador en Nicaragua que junto con Somoza planificaron el asesinato de Augusto César Sandino; John Peurifoy en Guatemala, agente de la CIA que conspiró abiertamente para derrocar al gobierno popular de Jacobo Arbenz; John Negroponte, embajador de Honduras, desde donde financió y organizó a la “contra” del gobierno sandinista y que costó la vida de unos 50.000 nicaragüenses; Edward Korry y Nathaniel Davis, embajadores en Chile que conspiraron hasta provocar el sangriento Golpe de Estado contra Salvador Allende; Arthur Davis, embajador en Panamá cuando la invasión de 1989 que costó la vida de más de 3000 panameños, Robert E. White, embajador en Paraguay durante la dictadura de Stroessner e impulsor del Plan Cóndor.

Política exterior estadounidense

Es claro que las actuales embajadas norteamericanas responden a los enunciados de la “Doctrina Bush”, proclamada transparentemente en el documento “Estrategia de Seguridad Nacional de Estados Unidos: Una Nueva Era”, de setiembre de 2002. Esta política agresiva de los Estados Unidos, continuadora de sucesivas doctrinas orientadoras de la política exterior estadounidense, se centra en la lucha contra el terrorismo e incorpora la figura de la “Guerra Preventiva”. «O están con nosotros o están con el terrorismo» amenazó el Presidente Bush tras los atentados del 11 de setiembre de 2001, agregando: “debemos estar listos para atacar en cualquier oscuro rincón del mundo”. En síntesis: todos los países cuyos gobiernos no respondan a los intereses de Estados Unidos son enemigos, y por lo tanto, es factible que sean agredidos, incluso militarmente.

Los modelos de operaciones “exitosos” para Estados Unidos.

Cinco son los modelos considerados por ellos “exitosos” en América Latina y el Caribe para derrotar gobiernos hostiles al imperialismo yanqui: a) El Golpe de Estado o “Modelo Chileno”; b) La intervención militar abierta (Grenada, Santo Domingo) o quirúrgica (Modelo Noriega en Panamá y Arístides en Haití); c) La vía “democrática” o “Modelo Nicaragüense” (previa “operación desgaste”); d) El magnicidio o “Modelo Torrijos” y e) La guerra fratricida entre países latinoamericanos, el modelo inglés de la “Triple Alianza” que derrotó al Paraguay revolucionario del Siglo XIX.

Claro que cada uno de estos modelos se ejecuta con una preparación previa y en muchos casos combinándolos de manera escalonada hasta alcanzar o aproximarse al objetivo. A estos modelos se le suman otros dos, implementados fuera de Nuestra América: uno relacionado parcialmente al “Modelo Nicaragüense”, que es el de la “Revolución Naranja” de Georgia y Ucrania y el otro, el “Modelo secesionista”, llevado a cabo en la ex Yugoslavia y en las países de la ex Unión Soviética. Este último es un viejo método padecido en nuestra región por obra del imperialismo inglés en el Siglo XIX (También con la “invención” de Panamá, por parte de los Estados Unidos, como país “independiente” en 1903).

“La Embajada” y la situación actual en Nuestra América

Sin duda que la selección de los jefes de los centros de operaciones, vale decir los embajadores, es una tarea que el Departamento de Estado no subestima. Hombres y mujeres con experiencia son los elegidos para cada uno de los países latinoamericanos caribeños, de acuerdo al momento político y a la fase conspirativa en curso para los países cuyos gobiernos no son complacientes con el imperialismo.

Para nadie es desconocido que John Dimitri Negroponte es uno de los “hombres fuertes” del Departamento de Estado. El ex embajador en Honduras en los ’80 señaló en el Senado que Estados Unidos asumirá un rol más activo en Latinoamérica para contrarrestar la influencia del presidente Chávez que “está amenazando la democracia hemisférica”. Sin rodeos, Negroponte identifica a Venezuela como el principal referente del proceso de cambio o giro a la izquierda que está sucediendo en América Latina.

Hugo Chávez en Venezuela, Fidel y Raúl Castro en Cuba, Evo Morales en Bolivia, Daniel Ortega en Nicaragua, Rafael Correa en Ecuador son visualizados por el gobierno estadounidense como presidentes de gobiernos enemigos. Otros, como el de Cristina Kirchner en Argentina, Ignacio Lula da Silva en Brasil, Fernando Lugo en Paraguay, Tabaré Vázquez en Uruguay y Manuel Zelaya en Honduras, si bien no son considerados como enemigos, sí están en la lista de gobiernos no estrictamente alineados. El trabajo entonces es arduo, y en esta confrontación el imperialismo ya ha sufrido dos bajas significativas: el embajador en Bolivia, Philip Goldberg, expulsado por el presidente Evo Morales y el embajador en Venezuela, Patrick Duddy, expulsado por el presidente Hugo Chávez.

Por supuesto que “La Embajada” y el Departamento de Estado han recibido un duro golpe con la actitud digna y soberana de los mandatarios boliviano y venezolano. La facilidad con que operaban en tiempos no lejanos se ha dificultado últimamente. El despertar de la conciencia de los pueblos y, por ende, la identificación cada vez más clara de quién es el enemigo principal, entorpece el accionar del imperialismo. Pero, “La Embajada” no descansa.
El dispositivo de batalla

Partiendo de la definición que todo país que no está con los Estados Unidos es un país que apoya al terrorismo, por lo tanto un país enemigo de la democracia, la paz y la libertad, el imperialismo despliega su dispositivo de batalla contra gran parte de los gobiernos de los países de América Latina y el Caribe.

Como señalamos anteriormente, varios son los modelos que se aplican para desestabilizar a los gobiernos populares de la región; combinando formas y métodos a fin de avanzar en sus planes.

Siguiendo las líneas de las actuales doctrinas para la política exterior estadounidense, podemos decir que, por un lado, continúa la “Doctrina Bush”, cuyo antecedente inmediato lo ubicamos en el documento “Proyecto para un Nuevo Siglo Estadounidense”, redactado por Paul Wolfowitz en 1992; y por otro lado aparece también y complementándose, la visión menos brutal pero igualmente cruda del “Soft Power” (Poder blando) enunciada por Zbigniew Brzezinski y actualizada hoy en la llamada “diplomacia transformacional”. El general venezolano Alberto Muller Rojas define a la “diplomacia transformacional” de la siguiente manera: “…un concepto mediante el cual se utilizaría el servicio exterior para el establecimiento de relaciones directas con sectores opuestos a los gobiernos que adversan a fin de provocar sublevaciones y secesiones en los Estados considerados como blanco de sus intereses”.

Estas dos líneas, que nos recuerdan la vieja práctica del “policía bueno y el policía malo”, es la que esboza el candidato demócrata Barack Obama, cuando afirma en declaraciones a la agencia EFE que, si gana en noviembre, buscará un mayor acercamiento con América Latina: «Creo que hay posibilidades tanto para zanahorias como para garrote (incentivos y mano dura), de forma que puedan fortalecer los intereses estadounidenses en la región”.

Así surgen diferentes líneas de trabajo para la “La Embajada”, todas vinculadas, porque responden a un solo objetivo: la sumisión de los latinoamericanos a los intereses imperialistas.

Modus operandi

La “línea dura” se manifiesta abiertamente en “la lucha contra el terrorismo”, la “línea blanda” opera sobre la “defensa de la democracia”. El documento “Estrategia de Seguridad Nacional de Estados Unidos: Una Nueva Era”, lo sintetiza claramente: “Defenderemos la paz de las amenazas de terroristas y tiranos”.

Es así que, entendiendo siempre que la acción es combinada y complementaria, la “línea dura” se viabiliza centralmente en el orden militar (movilización de la IV Flota, por ejemplo), de espionaje e inteligencia, de lucha contra el narcotráfico, acciones encubiertas, el secesionismo, atentados, asesinatos y sabotajes, lucha contra la delincuencia y la migración ilegal y todo aquello vinculado al uso de la fuerza.

La “línea blanda” opera sobre todo con la denominada “ayuda humanitaria”, el financiamiento a ONGs pro imperialistas, la defensa de la “Libertad de Prensa” y de los “Derechos Humanos” y la “lucha contra la corrupción”. “Estados Unidos está comprometido a fortalecer las instituciones democráticas, promover la prosperidad, invertir en la gente e impulsar la seguridad en América Latina, y el Departamento de Estado aplica las herramientas diplomáticas a su disposición para lograr esas metas”, dijo Roger Noriega, Secretario Adjunto de Estado para Asuntos del Hemisferio Occidental.

Desde ya, ambas líneas de política exterior estadounidenses confluyen en el eje de fortalecer la política neoliberal y los intereses de las empresas norteamericanas en la región. En este sentido Bush ha sido claro: “Estados Unidos apoyará a cualquier país que esté resuelto a crear un futuro mejor al buscar las recompensas de la libertad para su pueblo. El libre comercio y los mercados libres han demostrado su capacidad de levantar a sociedades enteras fuera de la pobreza; por lo tanto, Estados Unidos colaborará con países individuales, con regiones enteras y con toda la comunidad del comercio mundial para crear un mundo que comercie en libertad y, por lo tanto, crezca en prosperidad”.

¿Y los embajadores actuales?

Veamos dentro de la “línea dura” cómo se encuadran algunos de los actuales embajadores. Por ejemplo, el actual jefe de la misión en Nicaragua, Robert Callahan, funcionario de la embajada en Honduras durante la gestión de Negroponte, es responsable directo del apoyo suministrado desde esa sede diplomática a la “contra” nicaragüense. El trabajo de “desgaste” que se llevó a cabo contra el gobierno sandinista (estado permanente de guerra), más el multimillonario apoyo financiero a diferentes ONGs funcionales a los intereses imperialistas, lograron que la contrarrevolución se impusiera en las elecciones que llevaron a Violeta Chamorro a la primera magistratura. La eficiencia de Callahan en Honduras lo llevó también a brindar sus servicios en Irak, acompañando nuevamente a Negroponte en su accionar belicista. El periodista Stephen Kinzer, escribió un artículo asegurando que el nombramiento de Callahan para Nicaragua era un intento del Subsecretario de Estado, John Negroponte, y la «línea dura» de Washington para desestabilizar la región, teniendo en cuenta que «él (Callahan) ayudó a infligir una de las guerras más sangrientas de la historia de este país».

Otro embajador con trayectoria non sancta es Stephen Mc Farland, actualmente en Guatemala. El funcionario estadounidense dirigió un equipo cívico militar para el proyecto de reconstrucción de Irak, que contemplaba, entre otras cosas, la balcanización del territorio iraquí. Como Director de Asuntos Cubanos en el Departamento de Estado, Mc Farland se vinculó directamente con toda la mafia cubana de terroristas, narcotraficantes y delincuentes de toda laya que conspiran contra el gobierno de Castro. También lo registramos como funcionario en la embajada de Venezuela, desde donde manifestó, sobre la amenaza del Jefe de Estado venezolano, respecto de romper nexos con la Casa Blanca si no se extradita al terrorista Posada Carrriles: «Nosotros ofrecemos a todos los pueblos, y a todos los países del mundo, unas relaciones amistosas, basada en el respeto mutuo, pero tampoco vamos a mendigar».

Siguiendo con esta línea, encontramos también al embajador en México, Antonio Garza, impulsor de la Iniciativa Mérida, plan para «acabar con el poder y la impunidad de organizaciones criminales y narcotraficantes que amenazan la salud y la seguridad pública», según sus enunciados. Y al embajador en El Salvador, Charles Glazer, promotor de la Academia Internacional para la Aplicación de la Ley (ILEA). Tanto la Iniciativa Mérida (suerte de Plan Colombia para México y Centroamérica) y la ILEA habilita a los Estados Unidos a suministrar armamentos, entrenamiento y logística a las fuerzas de seguridad de los países involucrados. Tanto los embajadores de Honduras como de República Dominicana, Hugo Llorens y Robert Fannin respectivamente, son especialistas en temas de terrorismo, delincuencia internacional, lucha antinarcóticos y migración ilegal.
Dentro de la variable secesionista, no es casual que el embajador expulsado de Bolivia, Philip Goldberg, registrara antecedentes en su gestión anterior en Kosovo, más puntualmente como asistente especial del embajador Richard Holbrooke, artífice de la fragmentación de Yugoslavia. Su experiencia en los Balcanes lo acreditaban en una tarea similar para Bolivia: ayudar a los “autonomistas” de la llamada Media Luna boliviana para derrocar al presidente Evo Morales Lo mismo pasa con la jefa de misión en Ecuador, Hearther Hodges, ex embajadora en Moldavia, país títere del imperialismo yanqui, escindido de la ex URSS y que mantiene una seria disputa con Rusia por la región de Transnistria. Conociendo que la oligarquía ecuatoriana sostiene una posición secesionista en Guayaquil, similar a la del oriente boliviano, no es de extrañarse que Hodges opere en ese sentido. Con antecedentes que la ubican en un alto nivel como funcionaria de la USAID, es fácil también deducir que el financiamiento a la derecha, a través de diferentes ONGs que operan en Ecuador, esté garantizado.

En la dirección antes mencionada, también se incluye al ahora Embajador en Colombia, William Brownfield, quien había ocupado ese cargo anteriormente en Venezuela. Este funcionario es quien habría propuesto al presidente Uribe la instalación de una base militar estadounidense en la Guajira colombiana. El embajador yanqui busca, conjuntamente con un espacio físico para trasladar la Base de Manta, que tendrá que ser desalojada del territorio ecuatoriano por decisión del Presidente Correa, un hecho de provocación que nuevamente ponga en “caliente” la frontera colombo-venezolana. Recordemos que Brownfield sigue manteniendo reuniones con el actual gobernador venezolano de Zulia, Manuel Rosales, enrolado en la oposición golpista. El Zulia es otra región en la mira del secesionismo imperialista. Además, Brownfield, como asesor del Comando Sur en Panamá durante la invasión de 1989 y uno de los gestores de la “Operación Causa Justa”, es un defensor de aplicar el “Modelo Noriega” contra el presidente Chávez. No debemos de olvidar que Brownfield no estuvo ajeno al operativo militar del ejército colombiano contra la base de guerrilleros de las FARC en territorio ecuatoriano, produciendo una crisis regional de envergadura que puso al borde de la guerra a pueblos hermanos.

Ahora bien, todos estos embajadores, conjuntamente con la política del “garrote”, manejan también la política de la “zanahoria”. Inteligentemente el Departamento de Estado ha ubicado a cinco embajadores especializados en temas energéticos en Argentina, Uruguay, Brasil, Honduras y Chile. Los primeros cuatro se dedican fundamentalmente a divulgar las bondades de los biocombustibles. El quinto, Paul Simsoms, impulsa para Chile un modelo diversificado en materia energética, haciendo hincapié en la energía nuclear (¿Chile como sub imperialismo regional?). El tema energético es una preocupación central para los Estados Unidos que importa dos tercios de lo que consume de petróleo. Asimismo, la política integracionista desplegada por el gobierno venezolano se presenta para los intereses norteamericanos como de verdadera amenaza: Petrocaribe, el ALBA y Petrosur ya han pasado a ser “objetivos de guerra” para la diplomacia yanqui.

La “diplomacia transformacional”, también llamada la “línea blanda”, de acuerdo a la conceptualización que le da el general venezolano Muller Rojas, necesita de todo un despliegue de financiamiento para estimular a los sectores de la oposición a los gobiernos antiimperialistas. Ahí es cuando aparece la trilogía CIA-NED-USAID que, con la complicidad de diferentes ONGs, fundaciones o asociaciones civiles, solventa económicamente a los grupos contrarrevolucionarios, ya sean estos pacíficos o violentos, legales o ilegales.

Con la excusa de la “ayuda humanitaria” se distribuyen millonarias sumas para fomentar la contrarrevolución, por un lado, y, por otro, para contrarrestar la integración desde lo social que fomenta la Revolución Bolivariana. La embajadora en Panamá, Bárbara Stephenson (línea dura en los Balcanes y e Irak) impulsa la operación “Más allá del horizonte”, de atención médica humanitaria; la embajadora en Paraguay, Liliana Ayalde, importante funcionaria de la USAID en Colombia, Bolivia, Guatemala y Nicaragua sostiene la Fundación Visión; el embajador en Perú. Michel McKinley, el embajador en República Dominicana, Robert Fannin y otros pares en la región, promueven el programa de asistencia humanitaria “Promesa Continua”, implementado, nada más ni nada menos, que por el Comando Sur.

A modo de conclusión

Dice el chiste popularmente conocido:

1. ¿Por qué no hay Golpes de Estado en Estados Unidos?
2. «…La razón por la que en Estados Unidos nunca jamás ha habido un Golpe de Estado es porque en Estados Unidos no hay… (silencio) una Embajada de Estados Unidos».

No sabemos si será cierto que nunca hubo golpes de estado en Estados Unidos, la historia tendrá la última palabra, pero lo que sí es cierto es que en todos los golpes de estado contra gobiernos populares y patrióticos en América Latina ha estado la mano de “La Embajada”.

Pero la actitud digna y patriótica de presidentes de la talla de Evo Morales y Hugo Chávez, al expulsar a los embajadores yanquis por atentar contra la soberanía de sus respectivos países es un ejemplo que habla a las claras que la correlación de fuerzas en la región está cambiando.

Generar conciencia entre los latinoamericanos caribeños de que “La Embajada” es un centro de conspiración permanente es la primera tarea, como asimismo trabajar para neutralizarla y expulsar a sus agentes cuando sea necesario.

Nuestros gobernantes tienen la responsabilidad histórica de hacerlo. Recordemos la actitud asumida en un momento por un patriota argentino (como antecedente de la medida que tomaron Evo Morales y Hugo Chávez), para que sirva de ejemplo para algunos gobernantes dubitativos en la actualidad. Cuenta la historia que en 1945, Juan Domingo Perón, que aún no era presidente de los argentinos pero que ya se perfilaba para serlo, es visitado por el embajador estadounidense Spruille Braden, quien en la conversación intenta sobornarlo. Braden le dice: “A nosotros no nos genera problemas si usted llega a la presidencia, lo que ocurre es que tendríamos que acordar una serie de cosas, y si nos ponemos de acuerdo usted será el argentino más conocido del mundo, del cual los diarios van a hablar muy bien”. Perón entonces le responde: «Mire, yo no estoy de acuerdo y no acepto ninguna propuesta suya, porque no quiero ser muy conocido en el mundo por haber sido un hijo de puta con mi país».

(*)Fernando Ramón Bossi, Secretario de Organización del Congreso Bolivariano de los Pueblos y Director de la Escuela de Formación Política Emancipación.

(*)Vilma Soto, investigadora y docente de la Escuela de Formación Política Emancipación. Asesora del Portal ALBA.