Ante semejante desmesura de un país con sobrada capacidad para autoabastecerse de todo el material letal que necesita, recordé que desde hace 274 años existe en el Kremlin una campana de 216 toneladas para la cual nunca se construyó una torre. Al preguntar para qué sirve aquel inútil artefacto, me explicaron que fue creada para alardear del dominio de las técnicas de fundición y complacer el ego de una zarina. La compra de Lula es tan frívola e irracional como la Campana del Zar.
Tengo la certeza de que, del mismo modo que la Campana del Zar no repicó, ninguna de las armas vendidas personalmente por el presidente francés Sarkozy dispararán a favor de los 50 millones de brasileños pobres y, probablemente tampoco lo hagan por los 190 000 millonarios que pueblan su magnifica geografía. Esas armas no defienden ni atacan, sino que sirven únicamente para inútiles exhibiciones de fuerza y para reforzar la vanidad de los militares que tal vez ni siquiera aprendan a usarlas eficientemente.
Brasil que no será el primer país sudamericano en erradicar el hambre, será el primero en poseer toda una flota de submarinos atómicos y cazas Rafale en número de 36; a la compra se añaden cincuenta helicópteros. Con esas fuerzas, además de las que ya posee, el gigante sudamericano se asegura una superioridad en el Atlántico sur que no necesita y que ningún país podrá retar, excepto Estados Unidos y las potencias europeas. En caso de que eso ocurriera los submarinos y los Rafale le servirían a Brasil para lo mismo que frente a Gran Bretaña durante la guerra de Malvinas le sirvieron a Argentina los temibles Súper-Etendart equipados con misiles Exocet.
Brasil, primera economía latinoamericana, una nación prestigiosa y bien gobernada y el único país occidental que puede considerarse una potencia emergente y que comienza a ser tomado en cuenta en los círculos de poder mundiales, aportando ideas que introducen el comedimiento en las relaciones políticas hemisféricas e internacionales y que hubiera podido contribuir a modificar el criterio de que un Estado no es más fuerte e influyente por ser más letal, acaba de adoptar una estrategia equivocada, un camino que no lleva a ninguna parte.
Precisamente, cuando en América Latina soplan vientos de guerra, los riesgos de una aventura bélica están a la vista, Brasil echa leña al fuego. No me extrañaría que los militares ecuatorianos, uruguayos y argentinos, reclamen a sus gobiernos para sumarse la locura por donde ya transitan Chile y Colombia y que incluso los empobrecidos Paraguay y Bolivia sean arrastrados por esas corrientes.
Del mismo modo que Brasil alude la necesidad de reforzar sus fuerzas para preservar las enormes reservas petroleras recién descubiertas, los bolivianos hablaran del gas, los uruguayos de los eucaliptos y los peruanos de la anchoveta; Argentina explicará que no va lejos Brasil si ella está detrás y todos verán en el de al lado no a un vecino, sino a una amenaza. Uribe respirará aliviado por la paja en ojo ajeno y UNASUR hará maravillas para salir del entuerto.
Habría que ser ciego para no ver que el camino de derrochar en armas que no proveen seguridad, conduce a dilapidar recursos que son urgentes en otras áreas, especialmente en el combate a la pobreza, confunden a las masas e incluso desacreditan al proyecto, no sólo de la izquierda global, sino también a la de cada país, Brasil incluido.
No me resulta agradable criticar a la izquierda porque para eso está la derecha; ojalá no fuera necesario porque alguien, a tiempo hubiera advertido que no serán las armas quienes hagan de Brasil lo que merece ser. No obstante, aunque creo que pasó la línea de no retorno y carece de tiempo para rectificar, todavía, de ser brasileño, votaría por él. La política es así: se puede criticar y aprobar a la vez. Hay quienes no lo comprenden.
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