La receta: se mezclan trenzas, opio, California, xenofobia y chinos y se parte de fines del siglo XIX. Como resultado, sorprendente, se obtendrá la carrera de criminalización de las drogas que sometió y somete al mundo según los intereses de expansión de Estados Unidos. Los ingredientes los fue describiendo durante esta entrevista el experto alemán Sebastian Scheerer, profesor de criminología en la Universidad de Harvard, titular del Instituto de Criminología de esa casa de estudios y director de “varios” –como los enumera él mismo– masters europeos en la materia, de buen sentido del humor y de hablar español jocoso y entrecortado, pero suficiente para entenderlo y sacar conclusiones.
–¿Cómo dijo… que en California usaron las trenzas para criminalizar a los chinos?
–Las trenzas y el opio. Para ellos fue un dilema, porque las trenzas eran un símbolo de veneración a su emperador. Las drogas, como las trenzas o la manera de vestir, son indicadores muy visibles. Pero el opio no era ilegal, estaba totalmente integrado en las costumbres en todo el mundo. Se lo usaba en centenares de productos, se vendía en la calle, en los kioscos, como una hierba contra el malestar, para los niños que no querían dormir. En 1898 Estados Unidos derrotó a España y ocupó Cuba y las Filipinas. Pasó que en las Filipinas los soldados americanos se encontraban con las prostitutas filipinas. Y las prostitutas filipinas fumaban opio. Un accidente histórico que las autoridades norteamericanas querían solucionar.
–¿Que no se encontraran con las filipinas o que no fumaran opio?
–Que no fumaran opio. Pero para eso tenían que acabar con el opio en las Filipinas. Se creó una comisión para analizar el problema. A la cabeza pusieron a un obispo canadiense, Charles Henry Brent, de la Iglesia Episcopal de Toronto. La comisión fue impulsada por el secretario de Guerra de Estados Unidos. Lo que sostenía Brent en esa comisión en 1903 era que para acabar con el opio de Filipinas había que acabar con el opio en el sudeste asiático y para ello invitaron a las naciones con algún interés en el área: Inglaterra, Francia, Alemania, Holanda, y Estados Unidos. Y, por supuesto, China, la víctima del opio y de las agresiones inglesas.
–¿Por qué víctima?
–Los ingleses financiaban su reino en India con el comercio del opio. China, para Inglaterra, era una potencial colonia y le vendía cantidades de opio. En esa época Estados Unidos quería situarse en la arena de las potencias en el Asia y China era una oportunidad. Temían que Inglaterra avanzara sobre China y la ocupara como colonia. O sea, proteger a los soldados del opio en las Filipinas y resolver el problema del opio en China combinó muy bien. Y plantearon resolver el problema con una conferencia en Shanghai, en 1909, donde sólo las grandes potencias se reunieron. El obispo Brent fue el presidente de dicha conferencia y, aunque no se llegó a conclusiones formales, obtuvo una declaración a favor de la autonomía de China y de una reducción a niveles normales del comercio internacional de opio.
–¿Los otros participantes por qué firmaron?
–Para Alemania era un problema ajeno, que no le incomodaba. Holanda ya tenía el monopolio del opio para el comercio legal en sus colonias, tampoco le molestaba. Los ingleses estaban en contra, pero coincidió que hubo elecciones que llevaron a un gobierno liberal a Inglaterra, más próximo a las propuestas de Estados Unidos. Y también estaba la Iglesia. Los estadounidenses tenían un discurso que no era fácil de combatir, influían a la opinión pública.
–¿En que consistía?
–Decían: los chinos fuman opio, pierden por el opio su autonomía a manos de los ingleses. Caen en un declive moral, en la insania, el crimen y el vicio. Para el discurso cristiano, encaja perfecto la seducción por parte del Diablo representado por el opio y el vicio. Pero todavía no se pensaba en criminalizarlo, pensaban en un control, disminuir el tráfico a escala global. Primero lograron un acuerdo en Shanghai, que aunque no era una ley promovía el control y creaba una burocracia mundial para controlar el cultivo del opio, la recolección, la producción y su distribución y venta. El control sería a través de un órgano global con sede en Ginebra, un paso previo a las Naciones Unidas. En 1912 organizaron la Convención Internacional del Opio en La Haya. Es la primera ley penal global. Debían ratificarla los demás países, que quedaban obligados a sancionar la misma ley en cada país, bajo amenaza de quedar fuera del comercio de medicamentos. Es una fase importantísima porque globaliza la ley.
–La firma del tratado perjudicaba a Inglaterra. ¿Pudo evitarla?
–Los ingleses hicieron un truco. Dijeron que sólo aceptarían reducir su comercio de opio si Alemania sacrificaba la producción industrial de cocaína. Los alemanes habían inventado el método de extraer de la coca y producir la cocaína, en 1860. Fue la firma Merck (N.d.R.: La palabra “merca” deriva de Merck) la que la empezó a producir. Los ingleses imaginaban que Alemania nunca sacrificaría su comercio de cocaína, con lo que ellos no se verían obligados a firmar tampoco. Lo que no imaginaban fue que los alemanes perdieron la Primera Guerra y en el tratado de Versalles en 1919, de la rendición alemana, les metieron el artículo 295 por el que los obligaban a ratificar el tratado de La Haya. O sea que doce meses después, los alemanes sancionaban su propia ley antiopio, igual que los demás países. En el mundo entero empezó a cundir el discurso de “vamos a acabar con las drogas que roban tu autonomía, que ligan con la decadencia moral y física”. Y siempre los Estados Unidos delante.
–¿La cocaína no fue perseguida?
–No todavía. Se eliminó la producción alemana. Para entrar con la cocaína, Brent utilizó a los rickshaws, los taxis humanos chinos, que utilizaban cocaína en reemplazo del opio. En La Haya dijo que tenía estadísticas sobre el daño que produce, pero en lugar de estadísticas, que nunca aparecieron, repartió fotos de rickshaws destruidos como un horroroso ejemplo de los daños de la cocaína. Estaban muy mal. Después de correr veinte años con el blanco cargado en el carrito, estarían destruidos con cocaína o sin cocaína (ríe). La cocaína empezaba de esa manera dentro de un plan global y mucha presión y voluntad por ayudar a los pobres chinos. La marihuana fue llegando de un modo diferente, porque era la hierba que consumían los pobres y los rebeldes del norte de Africa, porque no podían acceder al opio por su costo. Después de la Primera Guerra se estableció la burocracia del opio y su prolongación fue la Liga de las Naciones, con sede en Ginebra y precursora de las Naciones Unidas. En ese momento, los norteamericanos no accedieron porque no les interesó. Había un comité central del consumo del opio, y el jefe del comité central
–… era Brent.
–Sí (ríe). La idea era que cada central de cada país reuniera la cantidad medicinal de opio para cirugía, tantos gramos de cannabis, tantos de cocaína, todo con fines científico-medicinales. Y hay países productores legales. Cada país sabe lo que necesita y se tienen los productores. Es una economía planificada. Con eso, que aún hoy se hace, pensaban que de ese modo se va a producir sólo lo que se necesita para evitar que haya en el mundo ni un solo gramo que sea utilizado para otros fines que no sean medicinales. Es la idea central de esta economía planificada ridícula, que hace que hoy el mundo esté lleno de cultivadores ilegales.
–¿En qué situación están hoy en Alemania?
–Equilibrada. El consumo es parte integral de la vida de muchos jóvenes, pero no hay exceso, no hay mortalidad. No está legalizado, está admitido. En la Procuración sostienen que hay una jerarquía de urgencias. Es urgente combatir los carteles, no es urgente perseguir el consumo personal y los sitios donde se vende de una manera civilizada estas sustancias. Entonces se ven tiendas, simpáticas, que no tienen consumo de alcohol, pero sí sitios en los que se consumen marihuana de diferentes tipos, de Afganistán, de Colombia. Es simpático, como la tienda de una abuela. En un clima muy pacífico.