El ministro israelí de Asuntos Exteriores, Avigdor Lieberman, se encuentra en una gira de 10 días por América del Sur, la primera de su clase en más de dos décadas. Su viaje tiene como objetivo el lanzamiento de una nueva dirección para la política exterior de Israel, que busca dirigirse cada vez más hacia el subcontinente. El pueblo de Brasil y de Argentina le han recibido con ruidosas protestas de calle, denunciándolo como un emblema del racismo, fascismo y colonialismo de Israel. La gente se han negado a jugar el papel de silenciosos anfitriones de los miembros de un régimen que durante más de sesenta años ha impedido que los refugiados palestinos regresen a sus hogares, oprimiendo al resto de la población y desarrollando formas cada vez más graves de represión y apartheid. La brutal matanza y el asedio de Gaza de principios de este año, y la continuada construcción del muro y de los asentamientos no son sino dos de las cuestiones que se añaden a la percepción gradual que la gente común tiene en todo el mundo de Israel como un estado paria. Sin embargo, el conflicto de intereses entre América del Sur e Israel va más allá de la solidaridad con Palestina. La nueva política de Israel hacia América del Sur fuerza al continente a una toma de decisiones fundamentales con respecto a sus propias aspiraciones y alineamientos geopolíticos.
El interés creciente de Israel en la región está parcialmente motivado por el endurecimiento de las alianzas con Europa y América del Norte, sus aliados tradicionales. Políticamente, incluso un primer ministro conservador como el francés Sarkozy, ha aconsejado al gobierno israelí que destituya a Lieberman en favor de una figura más presentable. En el plano económico, el 21% de los exportadores israelíes han anunciado pérdidas debido a los boicots en Europa. Para compensar esto, Israel ha desarrollado recientemente intereses en América del Sur, así como en África, mucho más vitales y estratégicos que en el pasado.
Hasta hace poco, el apoyo de Israel al neoliberalismo y la intervención de EEUU en el continente ha estado dirigido principalmente a congraciar al régimen sionista con el gobierno de los EEUU, de cuyo apoyo político y financiero dependen. Esto permitió a Israel limitar la influencia de los movimientos de liberación de América Latina, que conservaron un fuerte apego a la lucha palestina. Para Israel, un estado colonial construido sobre la base de la expulsión y la represión continua de la población indígena, el aumento de las fuerzas anti-coloniales y emancipadoras en cualquier lugar del mundo constituye una amenaza potencial para el paradigma sobre el que se construye.
Durante décadas de intervención militar de EEUU y de apoyo a gobiernos y dictaduras fascistas en todo el continente, Israel estaba allí para ayudar a la formación de paramilitares fascistas y de los escuadrones de la muerte de las dictaduras. Entre otros, operarios israelíes ayudó a formar a la contra nicaragüense de extrema derecha, y proporcionando inteligencia y armas pequeñas al régimen guatemalteco que mató a más de 200 000 personas, que arrasó aldeas y que desplazó a más de un millón de personas – al igual que ha hecho Israel con los palestinos. Siempre que los EEUU no actuaban directamente, Israel estaba allí para hacer su trabajo sucio. Esto ha abierto un gran mercado para las industrias israelíes de armamento e inteligencia, pero rara vez estuvo acompañado de una política global de acuerdos comerciales.
En tiempos de crisis económica mundial y de contratación de los mercados de Europa y América del Norte, donde los primeros éxitos del movimiento de boicot han comenzado a sumarse a las dificultades de Israel, encontrar nuevos socios comerciales se convierte en un asunto crucial. La expansión a gran escala en mercados en el mundo árabe y musulmán está excluida. Incluso cuando los gobiernos están forzados a suspender el boicot y las sanciones, como en Egipto o Jordania, el consenso público impide de manera eficaz que las inversiones, servicios y productos israelíes penetren en los mercados.
América Latina, y especialmente los países del Mercosur, como Brasil y Argentina, son un salvavidas potencial para los productos y servicios israelíes. Por tanto, no es de extrañar que Lieberman haya reiterado una y otra vez durante su gira por el continente la necesidad de que el Mercosur ratifique el acuerdo de libre comercio con Israel, firmado en 2008. Además, está celebrando amplias reuniones con empresas locales en cada uno de los países, con el fin de impulsar la cooperación económica con Israel.
Mientras que para Israel América del Sur ha adquirido una renovada importancia, para la población del continente, Israel no tiene nada nuevo que ofrecer. Las armas y el entrenamiento militar israelíes siguen matando a latinoamericanos en todo el continente. Colombia es probablemente el mayor receptor de armas y formación israelíes. «Aprendí una cantidad infinita de cosas en Israel, y a ese país le debo parte de mi esencia, mis logros humanos y militares», admitió el jefe paramilitar colombiano y narcotraficante Carlos Castaño. Incluso en países como Brasil, Israel sigue participando activamente en la represión de la población. Amnistía Internacional y otras organizaciones de derechos humanos han montado una campaña pidiendo al estado de Río de Janeiro que deje de utilizar el Caveirão, vehículo blindado importado de Israel, para matar indiscriminadamente, intimidar a comunidades enteras y para montar operaciones que implican el uso excesivo de la fuerza. Si bien todo el continente americano ha aislado al régimen actual en Honduras, tras el derrocamiento del presidente legítimo, el líder del golpe ha anunciado el apoyo israelí a su gobierno. Varios comentaristas han destacado que en los meses antes del golpe, la embajada de Israel fue el escenario de un intenso movimiento diplomático con importantes representantes de la oposición, incluido Micheletti.
Peor aún, la diplomacia israelí está diseñada para bloquear efectivamente los esfuerzos estratégicos de América del Sur que desde hace mucho tiempo se orientan a desarrollar las relaciones Sur-Sur, como la creación del Mercosur o del Banco del Sur y los esfuerzos diplomáticos para crear relaciones especiales como la iniciativa IBSA (India, Brasil, Sudáfrica). El fortalecimiento de las relaciones con el mundo árabe y los productores de energía del Medio Oriente son vínculos estratégicos que pueden permitir que el Sur global desempeñe un papel más importante en la política mundial, para así crear un orden mundial más justo. Los esfuerzos diplomáticos de Israel se orientan en contra de todos estos proyectos. El espantapájaros de la influencia de Oriente Medio, y especialmente de Irán, desplegado una vez más por Lieberman, tiene por objeto romper estos nuevos e importantes lazos de cooperación económica entre la OPEP y otros estados productores de energía. Esto se ve agravado por llamadas explícitas para restringir los proyectos de unidad de América del Sur. Los esfuerzos virulentos para chantajear a la mayoría de los estados miembros de el ALBA, en caso de tener éxito, fragmentarían la integración entre los países y las economías del continente.
De hecho, la visita de Lieberman a América del Sur, y la nueva estrategia de política exterior de Israel, obligan a los Gobiernos y pueblos de América del Sur a tomar una elección, que va mucho más allá de la solidaridad con Palestina: ¿Va a avanzar la política de América del Sur en la construcción de un nuevo orden continental y mundial basado en la democracia, los derechos humanos y la solidaridad mutua, o caerá presa de los que están trabajando en contra de la emancipación de América Latina y el Sur Global?
Las protestas durante la visita de Lieberman muestran donde la gente está parada. Muestran que los que han construido un estado colonial sobre la destrucción del pueblo palestino y que han impulsado el apartheid a los excesos más brutales nunca vistos, no pueden nunca ser aliados y socios de los países democráticos y progresistas. De hecho, la elección de los países en la agenda de Lieberman probablemente no ha sido tan difícil – no muchos otros estados de América del Sur habrían acogido al ministro racista. Sólo en Brasil, Perú y Colombia, los jefes de Estado han aceptado reunirse con Lieberman. Esto le da al presidente Lula una problemática posición ambigua – el líder de un gobierno progresista, listo para encontrarse con los que se dedican a la limpieza étnica continuada en Palestina, y que han financiado y promovido la represión de los pueblos de América Latina. Esperamos que las recientes victorias ganadas por los pueblos de América Latina se traduzcan en una voluntad de imponer las demandas populares a los gobiernos que aún hoy dan la bienvenida a Lieberman.
La sociedad civil palestina ha expresado reiteradamente su demanda a los estados de América del Sur de no ratificar el Tratado de Libre Comercio (TLC) con Israel, un tratado que financiará la opresión y el despojo del pueblo palestino. Incluso dejando de un lado la moral y las implicaciones políticas con respecto a Palestina, el tratado no ofrece ningún beneficio económico significativo para América Latina. El libre comercio con una pequeña economía en gran medida carente de recursos, como la de Israel, ayudaría a un número insignificante de empresas y trabajadores de América del Sur.
La ratificación del TLC con Israel es la vara de medir por la que el mundo debe medir la política de América del Sur. Al a ceptar el tratado, toda la retórica de los derechos humanos, la democracia y la causa común se convertirían en palabras vacías, que no pondrían ninguna presión sobre Israel; al rechazarlo, América del Sur puede abrir un nuevo capítulo en la historia de la cooperación entre el Sur global, y la lucha por la emancipación de Palestina – un mundo en el que promesas huecas de sesenta años de edad, sean por fin respaldadas por medidas concretas.
El autor es coordinador de la Campaña Popular Palestina contra el Muro de Apartheid