Ezequiel Zamora
General de División y Jefe de Operaciones de los estados de Coro y Occidente
Decreto:
1º – El pabellón de los Estados Federales es el mismo de la República con la diferencia que en la faja amarilla llevará 20 estrellas azules que simbolizan las 20 provincias que forman la Federación Venezolana.
2º – El escudo de armas de los Estados Federales será el mismo de la República con la diferencia que en el campo de oro las cornucopias serán vueltas hacia arriba y en la parte superior de la orla llevará la inscripción «Federación Venezolana».
3º – El presente decreto regirá hasta que la constituyente determine lo conveniente.
Dado en Barinas a los 8 de junio de 1859. Año 1º de la Federación Ezequiel Zamora
¡Ezequiel Zamora tenía en sus planes políticos convocar «la constituyente»! Sólo que siete meses y cinco días después, caería asesinado en San Carlos de Cojedes y con él se iría a la tumba la revolución campesina y popular.
El tiempo siguió su curso y ahora tenemos siglo y medio transcurrido sobre el campo de batalla venezolano, latinoamericano, caribeño y mundial. Quién lo duda, el mundo ha acelerado su marcha comenzando este siglo. El capitalismo y su modo de control metabólico social, el capital, han caído en una crisis total, una vez que sus múltiples contradicciones se han disparado con impactos demoledores sobre sus bases paradigmáticas.
Pasemos «revista al horizonte», como solíamos decir por aquellos días cuando desplegábamos nuestro batallón de tanques «Bravos de Apure», en las inmensidades arenosas de la Guajira venezolana. ¡Ah, qué días aquellos los de la forja patria!: San Pedro Sula y la batalla por la dignidad de nuestros pueblos, por la reivindicación de la querida patria cubana, de su revolución, de su pueblo, de Fidel, su gigantesco líder. «Nunca se había visto tanta rebeldía», escribió Fidel, más bien disparó, casi desde la Sierra Maestra.
En verdad les digo que, además, nunca se había visto tal nivel de coordinación entre tantos gobiernos de nuestra América. Como núcleo central del esfuerzo estratégico y diplomático, los seis países del ALBA, que además de Alternativa, ya ha pasado a ser Alianza Bolivariana; y con nosotros, la acción coordinada de muchos otros países amigos del ALBA y amigos de Cuba.
Ya el ALBA no puede ni podrá ser ignorada en lo adelante, como se había pretendido hasta ahora. Desde la cumbre de Cumaná y su valiente declaración, rechazando fuertemente por una parte la arbitraria y antihistórica exclusión de Cuba y por la otra, exigiendo una urgente discusión acerca de la gran crisis mundial generada desde los Estados Unidos y que tanto está impactando a los pueblos de nuestra América; hasta la reunión de cancilleres en Caracas, pocos días antes de la Asamblea General de la OEA en Honduras, demuestran una sólida voluntad política de los Albagobiernos para actuar de manera coordinada ante los acontecimientos mundiales. Y en San Pedro Sula la batalla fue tan dura como hermosa. A pesar de que fui obligado por las circunstancias a quedarme en mi puesto de mando, lo cual fue aprovechado por los pitiyanquis para generar una serie de rumores sobre mi salud, no me perdí un solo detalle, una sola jugada de ataque, de defensa o de contraataque (este último es mi movimiento preferido) de aquel combate. No era poca cosa lo que estaba en juego en aquellas tierras centroamericanas, donde han comenzado a resonar de nuevo y con qué fuerza las voces de Sandino, de Farabundo y de Morazán, para espanto de las oligarquías peleles, como solía decir el General de Hombres Libres al frente de su «pequeño ejército loco».
A punto estuve de salir el lunes primero de junio por la noche hacia San Pedro. Sin embargo, después de evaluarlo con nuestros aliados, el destacamento bolivariano de vanguardia, bien comandado por el canciller Nicolás Maduro, no lo consideró necesario. Así que los rumores continuarían: «Chávez está perdido. No aparece». Confieso que esa noche no dormí, recibiendo informaciones y evaluando los diversos escenarios que pujaban por asomar, en una pugna que lleva ya casi doscientos años y en la que se consumió por cierto, íntegro, nuestro padre Bolívar. «Si la América no se llama al orden y a la razón, un nuevo coloniaje legaremos a la posteridad», decía con su angustia que nos dejó como herencia, por allá en 1829, desde su soledad luminosa, el general caraqueño. Amaneció el martes dos de junio, llegó un mensajero de La Habana con información muy valiosa y notas de Fidel. Una de ellas, firmada en La Habana esa noche a las 7 y 30 p.m., dice: «Querido Hugo: me alegraría mucho una respuesta como la que sugieres si se da la situación que prevés. Te transmití lo que conozco por mis análisis y alguna información de que dispongo. Sería egoísta de nuestra parte solicitar tanta solidaridad. La bandera moral se elevará hasta lo más alto de su mástil. Te seguiré comentando por esta vía u otra más adecuada de acuerdo a su contenido, cualquier noticia de interés en estos días. Un fuerte abrazo. Patria, Socialismo o Muerte. ¡Venceremos! Fidel Castro Ruz».
Luego, un poco más tarde, cuando el sol levantaba ya sobre la media mañana caraqueña y los dos soberbios gallos que me regaló, siendo indefensos pollitos, alguien a quien quiero mucho, se habían cansado ya de cantar, «tejiendo la mañana» como diría el poeta pernambucano, recibo llamada de Nicolás, utilizando los códigos que me dejó Pancho Arias con su letra inconfundible de más de 20 años de claves y desenclaves, de códigos y de estratagemas. La batalla diplomática, que tiene mucho de sicológica, había comenzado. «El Sr. sensible lanzó su propuesta. Apoyo inmediato y resuelto de negro, blanco y rojo. Contrapropuesta activada con fuerza. Hay clima de sorpresa. Río revuelto de repente. Cumaná suena con fuerza. Treinta y tres se mantiene en silencio. QAP. Seguiré informando». Y así fue toda la tarde. Se trancó el juego, como lo teníamos previsto y nombraron una comisión especial, ante la intensa ofensiva que hizo imposible a quienes lo pretendieron excluir el tema de Cuba de la agenda OEA. ¡Durante cuarenta y siete años consecutivos lo habían venido logrando! En aquella comisión estaban, por cierto, Estados Unidos y Venezuela, entre otros países, todos muy importantes en el tablero estratégico.
La comisión se encerró a deliberar. Sobre el tapete, más allá de algunos matices, dos posiciones. La una, defendida con furia por Estados Unidos y Canadá: «Condicionar a Cuba». La otra, defendida con pasión por el ALBA: anular la infame resolución contra Cuba y sin condiciones. Media noche y el juego trancado.
Sigo en contacto con Nicolás. En algún momento me atiende su ayudante, pues está en pleno debate. Puedo oír a lo lejos la intensidad de las discusiones. Al final, en plena madrugada, con la luna creciente en el medio cielo, los gallos durmiendo y Caracas sumida en el silencio, evaluamos. Ya Chávez «había salido» y junto a los trabajadores de «Ciudad Caribia» y los consejos comunales de Gramovén, de Federico Quiroz y El Limón pulverizamos los rumores de infarto, influenza, diarrea y no sé cuántas cosas más nacidas de la mente, esa sí verdaderamente enferma y sin remedio, de la oligarquía pitiyanqui. Y ya había llegado a Miraflores un nuevo mensaje de Fidel: «He estado oyendo y teniendo noticias de ‘allá’ (evidentemente Fidel no logró acceder a las claves de Nicolás y Arias Cárdenas; habrá que cubrir esa falla en el futuro). He visto muy bien a Maduro. Hay que seguir fortaleciendo las posiciones. No debemos ceder un milímetro. Es como la cortina o muro de contención de una presa; si se quiebra por un punto, todo se derrumba. Los amigos de la Batalla de Pichincha (Nótese de nuevo la falla en las claves fidelianas, pues evidentemente se refiere a Correa y a Evo) están como Sucre en Ayacucho». A esa hora, sin duda, se perfilaba el escenario que habíamos previsto como más probable: no habría acuerdo, por tanto la cumbre quedaría sin resolución o documento final. Las consecuencias serían impredecibles, aunque una de ellas era inminente: la OEA saldría de allí dividida y con un misil en su línea de flotación. Le respondo a Fidel, recordando los soldados soviéticos en Stalingrado: «No hay tierra para nosotros detrás del Volga», «no hay planes de repliegue».
Amanece y empezamos a notar algunos signos de desespero en filas contrarias. «Hillary se fue a El Cairo con Obama», dicen los cables, pero ya nosotros claro que lo sabíamos. Otros cancilleres comenzaron a retirarse. Era el momento de la ofensiva final del ALBA con nuestros más sólidos amigos. Las palabras de Fidel resuenan en mis oídos: «Es como la cortina de una presa; si se quiebra por un punto, todo se derrumba». Y esta máxima terminó cumpliéndose, pero en las filas que defendían la posición contraria. A media mañana, nos dejamos de claves, Fidel llama al teléfono y conversamos directamente no menos de tres veces; llamo a Evo y a Correa, hablo con Daniel y con Zelaya; de nuevo con Nicolás… ¡Lo logramos!
Prendo el televisor, busco Telesur y allí está la bella cancillera hondureña Patricia Rodas con cara de victoria. Lee la resolución con intensa emoción. Veo los rostros de Zelaya, de Daniel, de Nicolás, de Jorge Taiana, de Choquehuanca, de Falconí. Me imagino a Fidel… y recuerdo su profecía: «La historia me absolverá».
Sí, Fidel, querido compañero, camarada infinito, no sólo a ti, sino a tu pueblo, a la Revolución Cubana, a sus mártires, a todos, a todas, la historia, que ahora retorna hecha llamaradas de pueblo en resurrección, ¡os absuelve, en vida y delante del mundo!
Mientras tanto, sigamos cantando con el ALBA:
¡¡Patria, Socialismo o Muerte!! ¡¡Venceremos!!
Hugo Chávez Frías