Funes, un popular periodista y profesor en institutos jesuítas, donde también se educó, es aliado del FMLN y como tal asumirá el gobierno de un país desangrado históricamente por la violencia política y social, sin mayoría legislativa frente a la ultraderecha, representada por ARENA (Alianza Republicana Nacionalista) y otras fuerzas menores.
Pero su gobierno deberá enfrentar además, una crisis mundial que reduce drásticamente las exportaciones salvadoreñas y las remesas de casi tres millones de expatriados -de una población de 5,7 millones-, el grueso en Estados Unidos, que en 2008 aportaron 3.500 millones de dólares, el 17 por ciento del PIB del pequeño país centroamericano.
Además, buscarán encaminar una «concertación» política, según Hasbún, un hombre bisagra y clave, también vinculado con los jesuitas, ex socio de Funes en la televisión y miembro de la Comisión Política del FMLN.
Una «concertación» que incluye a adversarios de la ARENA, fuerza fundada por el fallecido mayor Roberto D`Abuisson, paramilitar a quien el informe de la Comisión de la Verdad para El Salvador (1992-93) acusó de ser el autor intelectual del asesinato del obispo Oscar Arnulfo Romero, mientras ofrecía misa el 24 de marzo de 1980.
El futuro presidente salvadoreño encarará esos desafíos, con una economía dolarizada y sin moneda propia desde 2001, inmerso entre países vecinos que han girado, todos, hacia la centroizquierda, continuando la ola que empujó primero a Sudamérica.
Funes también deberá enfrentar la violencia de bandas juveniles, las temibles «maras», sospechadas de estar asociadas al narcotráfico, que hacen del pequeño país, con 117 homicidos por cada 100.000 habitantes, de acuerdo con cifras policiales, uno de los más inseguros del mundo.
Una violencia que se ensañó con El Salvador desde la colonia y luego en la independencia, con una inédita concentración de la tierra en pocas manos, acentuada a fines del siglo XIX con la supresión de la propiedad comunal, propia de las comunidades indígenas y campesinas.
La expulsión de sus tierras y una brutal dictadura detonaron en 1932 un vasto levantamiento campesino e indígena, encabezado por el dirigente comunista Farabundo Martí, y sangrientamente reprimido con el saldo nunca precisado de entre 15.000 y 30.000 muertos, y el fusilamiento de su líder.
Desde esa fecha, y hasta mediados de los `80, El Salvador sólo conoció dictaduras militares que provocaron, tras el triunfo sandinista de 1979, una conflagración civil al año siguiente, atravesada por la «Guerra Fría» que confrontaba a Estados Unidos en su retaguardia centroamericana con la Unión Soviética y Cuba.
La guerra civil culminó con los acuerdos de paz de Chapultepec, México, en 1992, tras ser reconocido el FMLN como fuerza beligerante por ese país y Francia, y sin que las Fuerzas Armadas, apoyadas por Washington, hubiesen podido aniquilar a los insurgentes, pero con un luctuoso saldo de 75.000 muertos y 8.000 desaparecidos.
Tras esos acuerdos de paz, el FMLN se transformó en un partido legal, que ya en las elecciones legislativas y municipales de 1994 se constituyó en la segunda fuerza política del país y, tras el desprendimiento de un sector interno socialdemócrata, logró el gobierno de alcaldías con más de la mitad de la población en las elecciones del 2000.
No casualmente, tras su histórico triunfo del 15 de marzo pasado, con el 51,2 por ciento de los votos, Funes dijo que esa nocha «también se firma un nuevo tratado de paz. Un tratado de reconciliación del país consigo mismo».
«Quiero ser el líder de la paz, de la unión y del progreso, quiero ser el líder de la justicia social», agregó.
No se privó de afirmar, en alusión al neoliberalismo con que gobernó ARENA desde 1989: «Fuimos llamados porque aquellos que estuvieron todos estos años en el poder ya no tenían más respuestas para nuestros problemas. Su modelo estaba agotado».