Fernando Krakowiak
El Fondo Monetario Internacional pronosticó ayer que América latina se recuperará de la crisis al menos un año antes que los países centrales. Si bien el organismo prevé una contracción en el producto bruto de la región de 1,5 por ciento para este año, eso se explica fundamentalmente por lo ocurrido en el primer semestre, pues el director del departamento del Hemisferio Occidental del FMI, Nicolás Eyzaguirre, aseguró que en la segunda parte del año se retomará la senda de crecimiento. Lo paradójico es que el Fondo reconoce que la mayor fortaleza relativa es consecuencia de las políticas implementadas en la región durante los últimos años, las cuales en muchos casos se llevaron adelante sin su consentimiento y fueron duramente cuestionadas por el organismo.
“La proyección actual muestra un desempeño mejor cuando se compara con crisis pasadas (…). Esto es evidencia de la mejora en los marcos de política macroeconómica y de los beneficios de las defensas más robustas que se construyeron durante los años recientes. De hecho, el análisis del personal técnico del FMI sugiere que, de no haber ocurrido esta mejora, la caída en el crecimiento podría haber sido mucho más pronunciada”, se afirma en el informe de Perspectivas Económicas que el Fondo presentó ayer en Bogotá. En el caso argentino, por ejemplo, esa mayor fortaleza se logró porque oportunamente se decidió desconocer las recomendaciones que realizó el organismo.
Hace apenas seis años, el Fondo presionaba para que se autorizara un aumento en las tarifas de servicios públicos, se aplicaran compensaciones a los bancos por el pago de los amparos judiciales a ahorristas del corralito, se incrementara aún más el superávit fiscal y se destinara una parte del mismo a mejorarles la oferta a los tenedores de bonos en default. El gobierno de Néstor Kirchner resistió esa presión durante más de dos años argumentando que las medidas reclamadas conspiraban contra la recuperación de la economía y en enero de 2006 canceló la deuda con el FMI para liberarse de los condicionamientos que ponía el organismo cada vez que se debía renegociar un acuerdo.
Finalmente, la economía terminó creciendo a un promedio de ocho puntos entre 2003 y 2008, se mantuvo el superávit fiscal y comercial, el nivel de reservas creció hasta superar los 45.000 millones de dólares y la pobreza y la indigencia bajaron de la mano de la recomposición del empleo. Ese período de bonanza relativa, inédito en la historia argentina, se consolidó desoyendo las recetas del Fondo. Brasil y Uruguay también decidieron cancelar su deuda con el organismo para no tener que escuchar más sus reclamos de raíz neoclásica y ahora, paradójicamente, el FMI se ve obligado a admitir que la fortaleza de la región es producto de las medidas implementadas en los últimos años.
Incluso el organismo reconoce en el informe que las recientes políticas contracíclicas de expansión del gasto público, llevadas adelante en la mayoría de los países de América latina, ayudaron a amortiguar el impacto de la crisis, pese a que en los recientes acuerdos que firmó con El Salvador, Pakistán y Ucrania insiste con la necesidad de reducir el gasto (ver aparte). De hecho, en el informe se afirma que “el margen para aplicar medidas de estímulo fiscal varía según el país”, porque “puede poner en peligro a la sostenibilidad”, y en todos los casos se recomienda que el estímulo fiscal en un contexto de crisis como el actual sea “transitorio” y “focalizado” y vaya de la mano de “reformas estructurales para reforzar el crecimiento y las perspectivas de los ingresos fiscales a mediano plazo”.