Juan Torres López y Alberto Garzón Espinosa
Altereconomía

La ideología liberal domina casi sin fisuras los ambientes sociales y, especialmente, los académicos. Aunque su visión de cómo pueden funcionar en realidad las cosas sociales está claramente fantaseada y los principios en los que se basa (el universo mercantil como orden natural de los seres humanos) no deberían casar muy bien con los anhelos fundamentales de las personas, lo cierto es que calado muy hondo en la sociedad y que actualmente no son pocos los ciudadanos de todas las clases sociales que no han interiorizado sus mismos principios y propuestas de actuación. Es la consecuencia de que su versión más impura y oportunista, pero la más combativa, el neoliberalismo de los últimos treinta años se haya impuesto tan generalizadamente frente a las ideologías progresistas.

El liberalismo se presenta públicamente como la gran ideología de la eficiencia, del equilibrio, de la competencia y de los mercados perfectos, … pero al materializarse en prácticas políticas concretas no ha hecho otra cosa que lo contrario de lo que dice defender.

En España lo vemos cada día en aquellas comunidades gobernadas por el PP, donde la Administración pública es el instrumento en el que toman forma las tramas de corrupción más amplias y groseras, las privatizaciones de los bienes públicos, las concesiones a los empresarios amiguetes y el acceso más sectario a los medios de comunicación desde donde se manipula y se engaña a la ciudadanía como en ningún otro sitio. Y en el resto del mundo los liberales siguen los mismos procedimientos. Lo hemos visto recientemente en la administración Bush, con las prácticas de socializar las pérdidas de los grandes bancos quebrados o a punto de hacerlo, mientras que durante años y años las ganancias fueron a parar a los accionistas privados y a los sueldos millonarios de los directivos.

El liberalismo realmente existente es, en realidad, una ideología a la hora de la verdad muy intervencionista en favor de los ricos y de aquellos para quien el fin, su fin, el afán de lucro, justifica los medios.

No debe extrañar, de hecho, que las contundentes y pioneras medidas de choque liberales tras la caída de la rentabilidad a finales de los años sesenta tuvieran que necesitar una dictadura para implantarse. Sólo en un contexto de autoritarismo y eliminación de disidentes, como en el Chile de Pinochet, los gurús de la ideología neoliberal, con Milton Friedman a la cabeza, pudieron llevar a la práctica sus políticas a favor de un mercado que solo resultaba libre en apariencia porque a la postre lo organizan en torno a grandes oligopolios, privatizando por doquier y repartiendo la riqueza nacional entre unas pocas manos privadas. La propia extensión del «libre mercado» por el mundo ha necesitado siempre de la sangrienta intervención del Estado y de sus ejércitos, y aunque el colonialismo es tal vez la mejor demostración de ello también las dos recientes guerras del golfo ilustran ejemplarmente este fenómeno.

Con las políticas liberales nunca han aparecido mercados equilibrados y perfectos sino más concentrados y oligárquicos, porque sencillamente se ha buscado desde siempre hacer dominante la ley de la selva, la norma de no tener norma, la legalización de la posibilidad de que los poderosos machaquen a los desfavorecidos.

Las continuas medidas privatizadoras y desreguladoras llevadas a cabo por gobiernos liberales han permitido a unas pocas pero grandes corporaciones alcanzar un poder extraordinario que supera en muchos casos al de los propios Estados. Hacen y deshacen a su antojo, sin apenas responsabilidades, y en sus manos queda el devenir de la economía mundial y de las millones de personas que la integran. Y todo en nombre de la libertad de elección, de la que solo los poderos gozan en sentido pleno.

Y precisamente por el carácter contradictorio de este sistema y de esta ideología dominante el resultado final siempre es el mismo: dramáticas crisis que arrasan con la exigua riqueza de los más desfavorecidos, el desempleo de la mayor parte de la población pero nunca de los responsables últimos de las crisis, y la acentuación de la pobreza, la desigualdad y el hambre en todo el mundo. La Gran Depresión que siguió al crack del 29 en Estados Unidos y la actual crisis económica, ya denominada por algunos como la Gran Recesión, son ejemplos claros de todo esto, pero no los únicos.

Desde que el neoliberalismo volvió a reorientar la economía mundial se han sucedido graves crisis a lo largo de todo el mundo: la crisis asiática, la crisis de las puntocom en EEUU, las crisis latinoamericanas que culminaron con el hundimiento de la economía Argentina… El liberalismo está en el origen de las más grandes sacudidas que ha sufrido la economía mundial. Nada como las políticas liberales para favorecer el beneficio pero nada tampoco como el liberalismo para provocar después crisis gigantescas.

Pero la vigencia del liberalismo a pesar de sus constantes fracasos es también algo sobre lo que conviene reflexionar.

Es la muestra de que la derecha sabe perfectamente lo que hay que hacer para poder gobernar en su interés: generar pensamiento, lograr la hegemonía ideológica y convicción social, civilizar a partir de sus principios morales.

Es verdad que, basado en la mentira y en la tergiversación de los hechos sociales, el liberalismo tiene esa enorme capacidad de regeneración y de legitimación gracias a los medios que ponen a su servicio los poderosos. Las miles de instituciones privadas, fundaciones y otras organizaciones que el neoliberalismo ha articulado mundialmente en torno a unas cuantas sencillas ideas han servido para que los poderosos pudieran dotarse de discursos legitimados socialmente con los cuales acrecentar su poder y dinero. Y con ellos la derecha ha aplastado sutilmente a toda la oposición.

Y eso es lo que debería servirnos de lección. Frente a esa dominación ideológica, la izquierda necesita despertar y comenzar a recuperar el espacio social del pensamiento y de los principios morales que guían la acción social que ha cedido a la derecha en las últimas décadas. Una tarea que tiene que comenzar por la denuncia sistemática de las falsedades del pensamiento liberal.

Es urgente que la izquierda dedique su tiempo y esfuerzo a desvelar las mentiras y falacias que componen el ideario liberal y explicar paralelamente a los ciudadanos los fenómenos sociales de forma clara y precisa, partiendo de conceptos elementales y bajando a la realidad.

De lo contrario, la salida a esta crisis, como en otras ocasiones, tomará será una vuelta de tuerca más, donde de nuevo los salarios serán los que padecerán las consecuencias y con ellos todos los trabajadores que necesitan de ellos en todo el mundo para subsistir.

Las gentes necesitadas, los desposeídos, las personas humildes, los trabajadores, las mujeres y los hombres de todo el mundo necesitan alternativas que pongan en pie un nuevo tipo de relaciones sociales y respuestas distintas, más justas e igualitarias, a los problemas que ha creado la dominación de los grandes capitalistas y financieros.

Pero nada de eso podrá alcanzarse sin el pensamiento, sin la reflexión constante, sin la inteligencia colectiva de partidos, sindicatos, organizaciones, movimientos y personas de todas las corrientes de izquierdas. De un pensamiento del que ha de nacer la denuncia, la movilización y la acción. Todo lo demás, es hoy día accesorio. Y la unidad de todas las izquierdas en ese objetivo un presupuesto esencial para poder avanzar.