Roberto Aguirre
APM
Desde que comenzó la crisis, Estados Unidos y la Unión Europea inyectaron 8 billones de dólares al sistema financiero. Lejos de los números rojos de Wall Street, ¿cuál es el costo social de esta debacle?

Mientras los ecos de la cumbre del G-20 en Londres se pierden entre los números negativos de Wall Street, la crisis adquirió días atrás su primera cotización. Según datos difundidos por diversos organismos de control económico, Estados Unidos y la Unión Europea (UE) inyectaron 7,99 billones de dólares al sistema financiero para intentar evitar la sangría económica.

La cifra, que representa casi 14 veces el Producto Interno Bruto (PBI) de Argentina -ajustado por la paridad de poder adquisitivo-, es desalentadora, si se considera que los bancos siguen quebrando, el crédito sigue sin aparecer y no logra frenarse la fuerte recesión de la economía mundial.

De hecho, los mayores receptores de la gigantesca masa monetaria fueron las propias entidades bancarias cuya especulación generó la crisis, lo que motiva a pensar que el mundo asiste a un círculo perverso de transmisión de fondos que, detrás de bambalinas, podría significar un violento cambio de manos del capital y una mayor concentración.

Sin embargo, el panorama puede ser aún peor, ya que las entidades financieras aún cuentan con “activos tóxicos” (activos con un precio devaluado) valuados por el Fondo Monetario Internacional (FMI) en otros cuatro billones de dólares. Esa cifra, eventualmente, podría ser absorbida por los Estados a través de los denominados “bancos malos”, lo que implicaría un nuevo desembolso cuya recuperación es incierta en plazos y valores. Esto sería, de hecho, la tan discutida nacionalización de la banca: una opción que demuestra el alto grado del pragmatismo del sistema capitalista, capaz de ceder al extremo cuando ve peligrar sus bases de sustentación.

La primera economía, en crisis En el caso del dinero inyectado por Estados Unidos, la Comisión de Supervisión del Congreso, encargada de evaluar los progresos del primer plan de rescate impulsado por el ex presidente George W. Bush, afirmó en un documento publicado la semana pasada que las ayudas, préstamos y garantías otorgados a la fecha alcanzan los cuatro billones de dólares.

De ellos, 590.400 millones corresponden a gastos o compromisos del Tesoro mientras que otros 1,5 billones corresponden a expansiones del balance de la Reserva Federal (FED) en préstamos o compras para aseguradoras o entidades financieras.

El documento presentado por la comisión evaluadora está lejos de ser optimista y sostiene que el plan de 700 mil millones de dólares de Bush tuvo resultados “mixtos”<, una elegante manera de decir que no se lograron los objetivos buscados.

Europa, gasta y gasta Cruzando el océano las cosas no son muy distintas. Según un informe de la Comisión Europea, el bloque inyectó otros cuatro billones de dólares para rescatar a sus bancos. De todas formas, unos tres billones corresponden a garantías estatales, que sólo serán empleados en caso de que la entidad asistida deje de pagar.

La extraordinaria cifra contrasta con el monto conjunto de los planes de reactivación anunciados por los Estados miembros para atajar la recesión valuados en 400.000 millones de euros para 2009 y 2010.

En ese marco, la comisaria de Competencia europea, Neelie Kroes, afirmó que «incumbe ahora a las entidades financieras sanear sus cuentas y reestructurarse para garantizar un futuro viable», dejando entrever que Bruselas endurecerá el tono ante los bancos que no apliquen los ajustes exigidos en contrapartida a las ayudas estatales.

Los costos sociales Los 8 billones de dólares inyectados a los bancos, el dolor de cabeza de los brokers de Wall Street y las toneladas de papers con pronósticos dudosos son una medida cierta de la crisis, pero no la única.

Lejos de las pizarras, las cotizaciones y los ejecutivos que viajan en jets privados, diversos estudios confirman que en el 2009 unos 400 mil niños pueden morir en el mundo a causa de la debacle financiera.

Según comenta Bernardo Kliksberg, asesor principal del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), bastaría nada más que una semana de intereses sobre los 8 billones de dólares volcados a los bancos para salvar al medio millón de madres que mueren durante el embarazo o el parto en los países en desarrollo, por causas evitables derivadas de la pobreza.

El especialista explica que, en la actualidad, los países ricos ayudan a los 3 mil millones de pobres mediante la inversión de 20 dólares por habitante. Aumentando esa ayuda según el compromiso acordado en los Objetivos de Desarrollo del Milenio -un 0,7 por ciento más del PBI- se rescatarían de inmediato varios millones de vidas.

La otra crisis, la más silenciosa, se cobra miles de vidas al día por el hambre, la marginalidad y las enfermedades curables. Para ellos, los castigados por este modelo estructuralmente desigual, no existe ningún plan de rescate financiero, ningún bailout que intente integrarlos al mundo. A este paso, los costos sociales de esta crisis serán muchos más altos de lo que cualquier curva o indicador pueda medir.

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