Leonardo Montero
APM
Los levantamientos populares en Europa del Este encendieron el alerta. El descontento social crece y varios gobiernos están en la cuerda floja. ¿Hasta dónde llegará la crisis?
El derrumbe comenzó en Islandia, considerado el mejor país del mundo para vivir. Paradoja de los tiempos capitalistas. Lo que era un paraíso, en pocos días volvió a la realidad para convertirse en un país más. Los gurúes del libre mercado ya no podrán ponerlo como ejemplo para los subdesarrollados.

Ese fue el golpe que sacudió a la Unión Europea (UE). Pese a que Islandia no es parte de la comunidad, el desplome de la isla encendió la alarma por la magnitud de la crisis y por el posible efecto contagio. Efectivamente, el efecto contagio se produjo y la UE no lo pudo detener.

Caída libre
Europa del Este fue el escenario de los primeros temblores al interior de la comunidad. Los socios más nuevos de la UE comenzaron a sufrir los mayores embates de la crisis y sus gobiernos empezaron a flaquear.

El primero en caer fue el primer ministro de Letonia, Ivars Godmanis, a mediados de febrero. Acechado por las protestas sociales y sin el apoyo de la coalición de derecha que lo acompañaba, debió dejar el gobierno. Pese a la salida de Godmanis, la economía letona se sigue derrumbando.

Luego de la desintegración de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), este pequeño país se sumergió en un profundo proceso de privatización de sus empresas. Pese a no haber hallado estabilidad política, sus índices económicos siempre fueron ampliamente positivos. Por esto, los expertos capitalistas gustaban considerarlo uno de los “Tigres Bálticos” (junto a Estonia y Lituania).

Este crecimiento se cimentó en las inversiones del resto de Europa y en el constante aumento de su deuda externa. Como suele suceder en tiempos de crisis, los inversores desaparecen y aparecen los acreedores.

La dependencia fue una condena para los letones. Su moneda se precipitó y es una incógnita si el Estado podrá pagar los créditos internacionales. Como si esto fuera poco, el país debió recurrir a los préstamos del Fondo Monetario Internacional (FMI) que a cambio estableció fuertes medidas de ajustes en los salarios y en los programas sociales.

Estas medidas de ajuste y el crecimiento de la desocupación (12 por ciento en enero, pero se estima que se seguirán perdiendo empleos), configuran un panorama en el cual la posibilidad de nuevos estallidos sociales, no es descabellada.

El siguiente gobierno en caer fue el de Hungría. El 21 de marzo presentó su dimisión el primer ministro Ferenc Gyurcsány. La causa similar a la anterior: su gestión se empantanó en medio de la crisis y su popularidad cayó estrepitosamente.

Tal cual sucedió en Letonia, la brusca devaluación asestó un duro golpe a los deudores, la moneda local (el florín) cayó un 30 por ciento respecto al euro. Esta situación obligó a Gyurcsány a pedir 20.000 millones de euros al FMI que, fiel a su estilo, pidió una serie de ajustes.

Sin embargo, no fue suficiente ya que a principios de marzo el premier húngaro solicitó a la UE un aporte de 190.000 millones de euros. La ostentosa cifra fue denegada y el fin de Gyurcsány se precipitó.

El tercer gobierno caído en Europa del Este fue el de República Checa. Tres días después que su colega húngaro, cayó el primer ministro checo, Mirek Topolanek. Para vergüenza de la UE, Topolanek sucumbió en momentos que su país preside la Unión. De hecho, el checo participó de la Cumbre del G-20 de Londres, sin contar con poder de decisiones en Praga.

Topolanek dejó su cargo por una moción de censura del Parlamento, acusado de incapacidad para desempeñarse frente a la crisis económica. Pese a que Topolanek aseguró que su salida se debe a motivos políticos y no a la crisis financiera, en el país se registraron importantes movilizaciones de trabajadores afectados por desaceleración de la actividad.

Desde mediados de 2008 la moneda local, corona checa, se devaluó un 21 por ciento respecto al euro. Por consiguiente, también aquí el pago de las deudas externas se hizo casi imposible.

En los tres casos se observan detalles idénticos. La devaluación de las monedas dejó al descubierto lo peligroso de la dependencia externa y del endeudamiento sistemático. También se puede apreciar como las recetas neoliberales no hacen más que perjudicar a estos pequeños Estados cuyas economías, tarde o temprano, terminan demostrando una peligrosa fragilidad.

El contagio hacia el Oeste
Además de los tres gobiernos de Europa Oriental que cayeron en medio de la crisis (Letonia, Hungría y República Checa), varios países vecinos enfrentan desafíos similares. El descontento social crece al mismo ritmo que desaparece el financiamiento. A esto debe agregarse que, en general, se trata de escenarios de gran inestabilidad política.

Rumania, Polonia, Estonia, Lituania y Bulgaria son los más afectados al interior de la Unión. A estos deben sumarse los extras comunitarios como Ucrania y Croacia, cuya situación genera gran preocupación en el seno del bloque continental.

Los síntomas son los mismos en todos los casos: abruptas caídas de la paridad cambiaria, déficits fiscales, endeudamiento en moneda extranjera y economías en recesión. (Ver “El mundo en recesión”. APM 13/12/2008)

Esta situación obligó a la UE a duplicar los fondos para refinanciar las deudas de estos países. En el último encuentro presidencial del bloque se acordó un presupuesto de 50.000 millones de euros que duplica a la anterior cifra.

Además, el FMI comenzó a negociar préstamos para cada uno de los países. A los mencionados anteriormente se le suma un paquete 27.000 millones de dólares que Rumania recibirá del organismo, en conjunto con la UE y el Banco Mundial (BM). Los analistas coinciden en que el gobierno de Bucarest está en la cuerda floja y, si la situación no se revierte, podría ser la próxima víctima del derrumbe.

Al norte de Rumania, en Ucrania las cosas están igual de complicadas. La producción de acero, uno de los motores de la economía, disminuyó un 43 por ciento en diciembre de 2008 respecto al mismo mes de 2007. La caída de la demanda internacional, paralizó la industria.

Por otro lado, en 2008 la inflación fue la más alta del continente (superó el 22 por ciento). Una de las causas fue la caída del valor de la moneda nacional, el hryvnia, que descendió un 60 por ciento respecto al dólar.

Kiev también debió recurrir al FMI para evitar el colapso económico. En octubre de 2008 recibió un préstamo de 16.500 millones de dólares. Sin embargo, el alivio fue sólo pasajero y las protestas sociales se multiplican. Como si fuera poco, el FMI congeló la segunda etapa del paquete. La Revolución Naranja tiene las horas contadas.

El azote de la crisis financiera internacional dejó al descubierto las abismales diferencias existentes entre las antiguas economías comunistas y los socios mayores de la UE. La mayoría de estos países optó por un crecimiento económico sujeto al financiamiento de los bancos de Europa occidental y Estados Unidos.

Según Morsen Hansen, académico de la Escuela Económica de Estocolmo, “Europa del Este se construyó con enormes desequilibrios. Si hay que acusar a alguien es a (Alan) Greenspan por permitir bajar los intereses en 2001. Eso significó una inmensa liquidez y un inmenso boom de crédito en los países del Este”. Para Hansen estas medidas crearon un boom inmobiliario y de consumo, lo que provocó un gran crecimiento económico. Sin embargo, la producción no creció al mismo ritmo y la inflación se disparó.

Ahora, la plata dulce se acabó, los bancos soltaron la mano a los países del Este y sólo quieren que les devuelvan su capital.

El futuro de la UE en medio de la crisis
La apertura económica de los países del Este luego de la caída de la URSS, les dio la oportunidad de recibir grandes sumas de dinero provenientes de las potencias europeas. Los bancos más importantes del continente tienen cientos de millones de euros colocados en el Este.

Según la publicación británica The Economist, “la banca de Europa Occidental tiene hasta 1,5 billón de euros invertidos en la Europa Central y Oriental”. A esto deben sumarse las industrias que se instalaron en la zona y que, poco a poco, comienzan a retirarse.

“El problema para la UE es que la caída de los bancos del Este arrasaría también a los del Oeste, muy expuestos en los mercados polaco, húngaro, checo, rumano o de los países bálticos. Sólo Austria, el más expuesto, tiene invertidos unos 220.000 millones de euros, el equivalente a tres cuartas partes de su PBI”, explica la citada revista.

Además de las de Austria, entidades suecas, alemanas, francesas, italianas y griegas han desembolsado millonarias cifras en los países del Este. Es que hasta la crisis, el negocio era redondo. Según datos del Banco Nacional de Austria, en 2007 el 43 por ciento del total de las ganancias registradas por la banca austriaca provenían de los negocios en el Este.

Es por esto que el gobierno austriaco es uno de los más preocupados en conseguir paquetes de ayuda para los países orientales. Una cesación de pagos podría pegar duro en la economía de ese país.

En este mismo sentido, la situación para las empresas trasnacionales que se instalaron en el Este, también es crítica. Muchas de ellas ya han paralizado su producción debido a la falta de financiamiento. Las casas matrices de las empresas prefieren poner su atención en las plantas que tienen en sus propios países y disminuir los gastos en las que tienen en el exterior.

No hace falta decir que esta situación aumenta el número de desempleados en todo el continente. A esto se suma la paralización de las producciones locales de cada país debido a la caída de la demanda internacional. El caso de la industria del metal en Ucrania es un ejemplo que se repite en los restantes países. (Ver “Adiós prosperidad… ¿nos volveremos a ver?”. APM 22/02/2009)

El desempleo es el mayor peligro que acecha a la Unión Europea. Las cifras crecen día a día y, en algunos casos, superan los números de zonas del mundo menos desarrolladas. En la Eurozona se estima en 9,3 por ciento la cifra para 2009 y en 10,5 por ciento para el próximo año. El caso más preocupante es España donde la cifra ya supera el 15 por ciento.

No hace falta aclarar que esto incentiva el mal humor social. Son muy pocos los países de la UE que no han tenido sus protestas multitudinarias. Incluso los que parecen mejor parados como Francia, Inglaterra o Alemania han visto sus calles repletas de manifestantes. En todos los casos, las protestas tienen un marcado contenido antiglobalización y anticapitalismo.

En medio de la crisis, el surgimiento de un nuevo elemento genera nuevas preocupaciones: la xenofobia. En el Este, los partidos con ideas antieuropeístas o pro rusas comienzan a ganar nuevos adeptos. En el Oeste, la habitual xenofobia contra los inmigrantes ya generó hechos de violencia y protestas contra los trabajadores extranjeros. (Ver: “Xenofobia a la europea”. APM 08/02/2009)

En definitiva, la posibilidad de estallidos sociales en el Viejo Continente esta latente. Las clases trabajadores ya han mostrado su descontento y la situación económica no tiende a aportar calma.

¿Podrá Europa mantener sus gobiernos en pie, si la crisis se sigue profundizando?, ¿podrá detener la furia social?, ¿cómo hará para frenar el “efecto dominó” que viene del Este?, ¿la UE pagará demasiado alto el costo de haberse extendido?

El desplome comenzó. En un mes cayeron tres gobiernos y varios están en la cuerda floja. Y la crisis, parece que recién comienza…

lmontero@prensamercosur.com.ar