Una lágrima se me atora en la garganta y finjo atender las nuevas marcas de jabones relajantes. Dos pasillos adelante, mientras miro opciones para una nueva funda para mi Ipod, una pareja de viejos, con tapabocas rígidos, esos que usan los pintores o los operarios de maquinaria, escogen, con calma pero con aprensión, unos videos; discuten entre ellos, apenas se entienden. El se quita el tapabocas rígido y le dice a ella: «éstos están buenos para Mago y mira, mejor nos llevamos este paquete que está bueno para nosotros, ahora que vamos a estar encerrados». Ella no responde, sus hombros están derramados sobre su cuerpo tan viejo como asustado.
En el día cuatro, hoy nos avisaron que podíamos ir a trabajar a casa, que sin alumnos en la universidad, lo mismo daba estar ahí que agilizar procesos de fin de semestre desde nuestras computadoras. Nadie se alegró, no hubo festividad, de hecho, más de cuatro tardamos mucho más de media hora en cargar morrales y portafolios; en el proceso, salí varias veces de mi oficina para escuchar el mismo chiste, contado mil veces y pese a todo, me reí: «¿Qué le dijo el DF a la influenza?, Mira como estoy temblando!!!» No pude dejar de reírme, triste risa, frente a la tragedia que se abate sobre el país: sobre el virus, un temblor. Un aviso más, para los no creyentes y para los que buscan una explicación, de que el fin de los tiempos se avecina.
No hay cines, no hay cafés, no hay restaurantes, todos somos sospechosos de ser sospechosos. Hoy, en el supermercado, tosí, el aire acondicionado al calor de abril, era mucho para mí, todos me miraron con gesto preocupado, tosí sobre mi codo (aprendí rápido de la televisión) y sin querer toqué mi frente para verificar mi temperatura. Quedé devastada ante la entrevista del entrevistador estrella del país, al jefe de Gobierno de la Ciudad de México: ¿lo culpó de las pérdidas económicas por el cierre de espectáculos y bares y restaurantes?, no estábamos preparados para una contingencia de esta naturaleza y pese a ello, seguimos en campaña política. La ciudad era un cuadro de película, una escena perfecta de “exterminio”. Se habla ya de los “arraigados sanitarios”. Separados del resto, los enfermos (fantasmagóricos) son confinados a su soledad.
Mis amigos periodistas sospechan, no han visto un muerto: mirar para creer. Otros amigos han emprendido un exilio temporal, van a los pueblos, sacan a sus bebés de la ciudad; otros, aguardan con las cortinas cerradas, mirando la televisión. A lo largo del día, recibo correos, preocupados los menos (algunos amigos de Barcelona, Argentina con su dengue y de Colombia, curtidos de tanto estado de emergencia), festivos los más: ”! Identificado el causante de la gripa porcina!” que muestra a un niñito dando un beso a un puerco. Chistes y claro, la simpática “Cumbia de la Influenza”, que rápidamente circuló por YouTube: «todos estaremos muertos cuando llegue Indiana Jones». El humor mexicano, ese que dice que nos burlamos de la muerte, nos mantiene creativos: ¿Cuál es la diferencia entre una ePRIdemia y una PANdemia?, que la PANdemia es una ePRIdemia salida de control, dice el caricaturista Jabaz y no puedo sino reír a carcajadas, aunque en el intento se me descompone la quijada.
Hay silencio. Mis vecinos están callados. Pero los niños hacen ruido, se nota que todos los abuelos están activos, cuidando a los nenes que no van a la escuela. El carro de la basura pasó tarde, no se oyó su campana. El miedo atenúa el sonido y todos andamos de puntitas, como para no despertar o provocar al virus.
En la farmacia que está cerca de mi casa, se acabaron los tapabocas y no hay geles antibacterianos. Dos señoras compraron 4 distintos antivirales y una dotación completa de vitaminas. Me miraron con desprecio y con sospecha porque no usaba cubreboca. No hay disponibles ya, se agotaron.
Lo que no se agota es el miedo, uno gaseoso, profundo, vivo, que circula por la sangre y se asoma por los poros. Los manuales se desgastan y al final de día, largo, terrible, solitario, cada uno vuelve a la televisión, amuleto chamánico, oráculo providencial, para confortar la incertidumbre. No sabemos cuántos casos van, ni cómo va la curva, sólo sabemos que juntarnos es muy peligroso. El cuerpo del otro, es mi enemigo. Miedo, miedo, miedo.
Influenza porcina, crisis económica, terremotos. La fragilidad está en desuso, acá en México, vamos de los decapitados del narco, a los cuerpos abatidos por lo invisible. Tenemos miedo, se siente.
Tomado de Diálogo Digital