Jean-Guy Allard
defensahumanidad.cult.cu
Mientras mantiene a Cinco cubanos presos desde hace diez años, bajo el falso cargo de espionaje, por haber infiltrado a grupos terroristas de Miami, Estados Unidos dispone en el mundo de la red de espías más extensa de la historia, cuya implicación en una larga sucesión de conspiraciones, secuestros, asesinatos y actos de terrorismo ha sido ampliamente demostrada.
En términos de números, Washington detiene ya desde hace un par de décadas el récord mundial absoluto de la actividad de inteligencia, no solo entre sus enemigos o presuntos enemigos sino hasta en el aparato gubernamental y empresarial de las naciones que más apoyo le ofrecen.
Las fuentes más conocedoras del tema estiman en un mínimo de 300 000 agentes activos el staff de las 16 (DIECISEIS) agencias que constituyen la llamada comunidad de inteligencia sin contar los cientos de miles de informantes, colaboradores, políticos y funcionarios corruptos y traidores que recluta frenéticamente en el mundo entero.
En cuanto al presupuesto de esta gigantesca maquinaria del secreto, se valora de manera muy conservadora a no menos de 30 mil millones de dólares, una cantidad de dinero muy superior a los ingresos de varios países del tercer mundo.
Si la Central Intelligence Agency (CIA) es el órgano más conocido del mecanismo norteamericano de espionaje, la National Security Agency (NSA), la National Geospatial-Intelligence Agency (NGA), la Defense Intelligence Agency (DIA) y el National Reconaissance Office (NRO) no dejan de ser instrumentos extremadamente peligrosos de la inteligencia imperial.
La NSA busca penetrar la información detenida por otros países, amigos o enemigos. Ahí se concentran los cabezones del criptoanálisis, la criptografía, de la información digital. El NRO maneja el conjunto del dispositivo de satélites de espionaje que arrastra toda la información que puede ser recogida desde el espacio. La NGA se concentra en observar las regiones donde se sitúan los intereses militares norteamericanos priorizados. La DIA, que pertenece a las fuerzas armadas, coordina la intensa actividad de espionaje de todos los agregados de defensa de la red diplomática, de los militares diseminados por todo el planeta y busca sistemáticamente información de interés militar por todas las vías.
La comunidad de inteligencia también cuenta entre sus miembros con la Oficina del Director de la Inteligencia Nacional (DNI), encabezada por Mike McConnell, un ex vicealmirante de la US Navy, puro producto fascistoide de la Guerra Fría, que informa al presidente y maneja el conjunto del programa de inteligencia de Estados Unidos. En otras palabras, McConnell es desde el 13 de febrero de 2007, el zar del espionaje imperial.
El Buró de Inteligencia e Investigación del Departamento de Estado es quien provee análisis a la alta jerarquía de esa instancia de los distintos eventos que van sucediéndose en el mundo.
El bien conocido Buró Federal de Investigaciones (FBI) también tiene su misión de inteligencia interna y vimos con el arresto de Los Cinco patriotas cubanos cómo aplican al pie de la letra las órdenes de la Casa Blanca de los Bush cuando se trata de colaboración con la fauna mafiosa cubanoamericana y de apoyo a los planes anexionistas contra Cuba.
Este potente aparato de seguridad del estado norteamericano es responsable propiamente de identificar las amenazas, falsas o verdaderas, a la seguridad nacional y de «penetrar (así se dice oficialmente) las redes nacionales y transnacionales que tienen deseo y capacidad de hacer daño a los Estados Unidos». De manera obvia, los terroristas cubanoamericanos quedan excluidos.
Siguen las organizaciones de espionaje específicas de cada sector de las fuerzas armadas: aviación, ejército, marina y los llamados marines. Los resultados de sus búsquedas, con los de la DIA, se suman a los de la CIA.
El Departamento de la Seguridad de la Patria (DHS) y su Dirección de Análisis de la Información y de la Protección de la Infraestructura (sic) tiene la responsabilidad precisa de espiar, escuchar, observar todo lo que es o pudiera ser opositor, terrorista de adentro o de afuera, extranjeros sospechosos, en fin, de todo lo que se mueve que no corresponde a los intereses del poder.
La Guardia Costera, aunque parte del DHS, desarrolla su actividad propia en materia de seguridad marítima, narcotráfico y, particularmente, inmigración que no conviene al poder. Luis Posada Carriles no tiene que preocuparse, no lo van a molestar.
El Departamento del Tesoro espía a los ciudadanos que tiene relaciones con determinados países. La OFAC dedica millones de dólares y gran parte de sus energías a espiar, detectar y castigar quién mantiene contactos con Cuba, individuos, empresas y organismos.
Finalmente, Drug Enforcement Administration (DEA) pretende combatir al tráfico de narcóticos en nombre del país que más droga consume en el mundo y la inteligencia del Departamento de la Energía piratea la tecnología extranjera.
Lo que viene detrás de este inmenso universo del secreto de estado es lo más repugnante: secuestros, asesinatos, conspiraciones de todos tipos, magnicidios, prisiones secretas, atentados, etcétera. Hay para redactar una enciclopedia.
Mejor limitarse, por cuestión de espacio, a un solo episodio. La inteligencia alemana entregó a los norteamericanos, en marzo de 1999, más de dos años y medio antes del 11 de septiembre, la identidad del terrorista Marwan Al’Shehhi, así como un número de teléfono sospechoso, después de monitorear una conversación entre este individuo y un presunto «líder de al-Qaeda». Radicado en Hamburgo, Al’Shehhi se trasladó unos meses más tarde al Sur de la Florida, donde se entrenó para realizar, con otros 18 terroristas viviendo en su mayoría en esta misma región, el atentado más espectacular jamás visto. El de las Torres Gemelas.
Las 16 agencias del estado norteamericano no vieron nada. El FBI de Miami, entonces dirigido por el Agente Especial Héctor Pesquera, que tenía a Al’Shehhi y a sus amigos en su patio, ni una sola observación inscribió en su agenda. Sin embargo, el 12 de septiembre de 1998 —hace exactamente diez años— ese mismo oficial realizó una inútilmente espectacular operación para arrestar en sus casas a unos cubanos que tenían todos como característica el encontrarse infiltrados en organizaciones criminales cubanoamericanas que se dedican a hostigar a la Revolución cubana.
Más grave aún. La operación policíaca se realizó a solicitud de cabecillas de esos mismos grupos con los cuales Pesquera se vinculó, con el apoyo activo de los representantes republicanos Lincoln Díaz-Balart e Ileana Ros-Lehtinen, y la complicidad de miembros de la oficina del Director del FBI y de la Fiscal General Janet Reno.
Y con todo conocimiento de los Bush. Así funciona la inteligencia imperial. Dieciséis agencias. Trescientos mil agentes. Treinta mil millones de presupuesto. Y millones de víctimas de un diabólico mecanismo cuyo único propósito es la dominación del mundo a favor del gran capital.
En términos de números, Washington detiene ya desde hace un par de décadas el récord mundial absoluto de la actividad de inteligencia, no solo entre sus enemigos o presuntos enemigos sino hasta en el aparato gubernamental y empresarial de las naciones que más apoyo le ofrecen.
Las fuentes más conocedoras del tema estiman en un mínimo de 300 000 agentes activos el staff de las 16 (DIECISEIS) agencias que constituyen la llamada comunidad de inteligencia sin contar los cientos de miles de informantes, colaboradores, políticos y funcionarios corruptos y traidores que recluta frenéticamente en el mundo entero.
En cuanto al presupuesto de esta gigantesca maquinaria del secreto, se valora de manera muy conservadora a no menos de 30 mil millones de dólares, una cantidad de dinero muy superior a los ingresos de varios países del tercer mundo.
Si la Central Intelligence Agency (CIA) es el órgano más conocido del mecanismo norteamericano de espionaje, la National Security Agency (NSA), la National Geospatial-Intelligence Agency (NGA), la Defense Intelligence Agency (DIA) y el National Reconaissance Office (NRO) no dejan de ser instrumentos extremadamente peligrosos de la inteligencia imperial.
La NSA busca penetrar la información detenida por otros países, amigos o enemigos. Ahí se concentran los cabezones del criptoanálisis, la criptografía, de la información digital. El NRO maneja el conjunto del dispositivo de satélites de espionaje que arrastra toda la información que puede ser recogida desde el espacio. La NGA se concentra en observar las regiones donde se sitúan los intereses militares norteamericanos priorizados. La DIA, que pertenece a las fuerzas armadas, coordina la intensa actividad de espionaje de todos los agregados de defensa de la red diplomática, de los militares diseminados por todo el planeta y busca sistemáticamente información de interés militar por todas las vías.
La comunidad de inteligencia también cuenta entre sus miembros con la Oficina del Director de la Inteligencia Nacional (DNI), encabezada por Mike McConnell, un ex vicealmirante de la US Navy, puro producto fascistoide de la Guerra Fría, que informa al presidente y maneja el conjunto del programa de inteligencia de Estados Unidos. En otras palabras, McConnell es desde el 13 de febrero de 2007, el zar del espionaje imperial.
El Buró de Inteligencia e Investigación del Departamento de Estado es quien provee análisis a la alta jerarquía de esa instancia de los distintos eventos que van sucediéndose en el mundo.
El bien conocido Buró Federal de Investigaciones (FBI) también tiene su misión de inteligencia interna y vimos con el arresto de Los Cinco patriotas cubanos cómo aplican al pie de la letra las órdenes de la Casa Blanca de los Bush cuando se trata de colaboración con la fauna mafiosa cubanoamericana y de apoyo a los planes anexionistas contra Cuba.
Este potente aparato de seguridad del estado norteamericano es responsable propiamente de identificar las amenazas, falsas o verdaderas, a la seguridad nacional y de «penetrar (así se dice oficialmente) las redes nacionales y transnacionales que tienen deseo y capacidad de hacer daño a los Estados Unidos». De manera obvia, los terroristas cubanoamericanos quedan excluidos.
Siguen las organizaciones de espionaje específicas de cada sector de las fuerzas armadas: aviación, ejército, marina y los llamados marines. Los resultados de sus búsquedas, con los de la DIA, se suman a los de la CIA.
El Departamento de la Seguridad de la Patria (DHS) y su Dirección de Análisis de la Información y de la Protección de la Infraestructura (sic) tiene la responsabilidad precisa de espiar, escuchar, observar todo lo que es o pudiera ser opositor, terrorista de adentro o de afuera, extranjeros sospechosos, en fin, de todo lo que se mueve que no corresponde a los intereses del poder.
La Guardia Costera, aunque parte del DHS, desarrolla su actividad propia en materia de seguridad marítima, narcotráfico y, particularmente, inmigración que no conviene al poder. Luis Posada Carriles no tiene que preocuparse, no lo van a molestar.
El Departamento del Tesoro espía a los ciudadanos que tiene relaciones con determinados países. La OFAC dedica millones de dólares y gran parte de sus energías a espiar, detectar y castigar quién mantiene contactos con Cuba, individuos, empresas y organismos.
Finalmente, Drug Enforcement Administration (DEA) pretende combatir al tráfico de narcóticos en nombre del país que más droga consume en el mundo y la inteligencia del Departamento de la Energía piratea la tecnología extranjera.
Lo que viene detrás de este inmenso universo del secreto de estado es lo más repugnante: secuestros, asesinatos, conspiraciones de todos tipos, magnicidios, prisiones secretas, atentados, etcétera. Hay para redactar una enciclopedia.
Mejor limitarse, por cuestión de espacio, a un solo episodio. La inteligencia alemana entregó a los norteamericanos, en marzo de 1999, más de dos años y medio antes del 11 de septiembre, la identidad del terrorista Marwan Al’Shehhi, así como un número de teléfono sospechoso, después de monitorear una conversación entre este individuo y un presunto «líder de al-Qaeda». Radicado en Hamburgo, Al’Shehhi se trasladó unos meses más tarde al Sur de la Florida, donde se entrenó para realizar, con otros 18 terroristas viviendo en su mayoría en esta misma región, el atentado más espectacular jamás visto. El de las Torres Gemelas.
Las 16 agencias del estado norteamericano no vieron nada. El FBI de Miami, entonces dirigido por el Agente Especial Héctor Pesquera, que tenía a Al’Shehhi y a sus amigos en su patio, ni una sola observación inscribió en su agenda. Sin embargo, el 12 de septiembre de 1998 —hace exactamente diez años— ese mismo oficial realizó una inútilmente espectacular operación para arrestar en sus casas a unos cubanos que tenían todos como característica el encontrarse infiltrados en organizaciones criminales cubanoamericanas que se dedican a hostigar a la Revolución cubana.
Más grave aún. La operación policíaca se realizó a solicitud de cabecillas de esos mismos grupos con los cuales Pesquera se vinculó, con el apoyo activo de los representantes republicanos Lincoln Díaz-Balart e Ileana Ros-Lehtinen, y la complicidad de miembros de la oficina del Director del FBI y de la Fiscal General Janet Reno.
Y con todo conocimiento de los Bush. Así funciona la inteligencia imperial. Dieciséis agencias. Trescientos mil agentes. Treinta mil millones de presupuesto. Y millones de víctimas de un diabólico mecanismo cuyo único propósito es la dominación del mundo a favor del gran capital.